La tumba colectiva se erige a principios del IV milenio a.C. Responde al modelo conocido como “sepulcro de corredor”. Consta de una cámara sepulcral circular, de alrededor de 5 metros de diámetro, a la que se accede por un corredor, orientado hacia el sureste, de seis metros de largo.

La construcción es ciertamente original. Frente a la mayor parte de los dólmenes conocidos en la meseta norte los ortostatos con los que se construyen la cámara y el corredor se disponen de forma apaisada y no en vertical. Las piedras, de grandes dimensiones, es muy probable que procedan de las parameras cercanas, lo que no resta mérito que para su traslado hiciera falta un esfuerzo colectivo extraordinario.

El aspecto en su época de uso sería el de una gran estructura visible a gran distancia. La cámara y el corredor se cobijan bajo un gigantesco túmulo de 30 metros de diámetro construido con bloques y grava caliza.

El cementerio colectivo sirvió de lugar de enterramiento a varias generaciones y sería el lugar de referencia y cohesión de un grupo humano que seguramente habitó en las cercanías y que, teniendo en cuenta su pertenencia ya al periodo Neolítico, explotaría mediante la ganadería y la agricultura el territorio próximo.

En el interior de la cámara se recuperaron los restos de 22 individuos, en su mayor parte adultos, acompañados de abundantes ofrendas: láminas y microlitos geométricos de sílex, hachas pulimentadas y una importante colección de objetos de adorno personal, entre ellos colgantes y cuentas de collar. Excepcional por su rareza es el hallazgo de dos ídolos fabricados en hueso, uno de ellos trabajado sobre un radio humano.

Las excavaciones en el del túmulo han detectado una fase previa a la construcción del cementerio. A ese momento pertenece un pequeño hogar que los investigadores interpretan como parte de alguna actividad ceremonial vinculada a la fundación del sepulcro colectivo.

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