El Raso de Candeleda | Ávila

CASTRO DE
EL FREILLO

Prehistórico y Protohistórico

La vertiente meridional de la Sierra de Gredos goza de una privilegiada situación geográfica. A la abundancia de cursos de agua se suman las suaves temperaturas persistentes todo el año propiciadas por su excelente protección de los vientos del norte. Unas condiciones, por tanto, muy favorables para su aprovechamiento como tierras de cultivo o para su destino a pastos del ganado.

Este entorno propicio no pasó desapercibido para nuestros antepasados prehistóricos y concretamente en la zona de El Raso tenemos constancia de que hubo ya poblaciones, eso sí estacionales, durante la Edad del Bronce, del 1.700 al 700 a C.

Bastante más antiguas son las pinturas rupestres de Peña Escrita, en el Risco de La Zorrera. En un paraje de enormes rocas no muy alejado del yacimiento de El Raso hallamos dos paneles con pinturas en rojo en los se distingue un reticulado , figuras humanas y cuadrúpedos. Hay una gran figura humana que porta un penacho y en otra escena se ha querido ver a varias figuras femeninas danzando en una ceremonia cultual. Esta celebración podía ser un espejo de las conmemoraciones cultuales que tendrían lugar en este posible santuario rupestre.

Unos cuantos siglos después del hábitat de la Edad del Bronce, en el siglo IV a.C., se instala una población estable en el llano que conocemos sobre todo por su necrópolis. Un cementerio con más de un centenar de enterramientos de incineración excavados en la tierra, en los que las cenizas se introducen en una vasija, acompañadas de numerosos objetos: pendientes, fíbulas, armas, etc. Si bien son muy escasas se han encontrado tumbas dobles o triples depositadas en análogo momento lo que conduce a pensar que los que acompañaban a ultratumba al difunto principal no murieron de causa natural.

Un conjunto de objetos, algunos de ellos suntuosos, denotan la riqueza de esta población y sus contactos fluidos con el sur. Entre otros, se han recuperado una figura etrusca, vasos griegos, objetos egipcios y diversos materiales orientalizantes procedentes de la zona de Tartessos, como unos asadores posiblemente de uso ritual. Del mediodía proceden igualmente impresionantes joyas, como una diadema, colgantes, arracadas y cuentas de collar, todas ellas fabricadas en oro.

Los guerreros, la clase social dominante, solían enterrarse con toda su impedimenta militar; así encontramos , formando parte de los ajuares funerarios, numerosas espadas, puñales afalcatados, jabalinas de hierro, umbos de escudo, bocados de caballo, puntas de lanza, etc. Las armas de mayor tamaño, las espadas y especialmente las jabalinas de hierro son dobladas intencionadamente dando a entender que el uso de esas armas estaba reservado exclusivamente al finado.

Su final no fue precisamente tranquilo. El yacimiento arqueológico en el que se ubica el poblado se remata por encima con una ancha capa de ceniza, producto inequívoco de un devastador incendio.

Aunque no hay constancia precisa, no se descarta que este siniestro obedezca a un suceso bélico, y en este sentido conviene recordar que la época de destrucción del asentamiento coincide con la particular carrera de conquista de la Península Ibérica en la que participan romanos y cartagineses y que, entre otros acontecimientos, empujó a una expedición militar por estas tierras al general cartaginés Aníbal. Igualmente mencionaremos que, si bien acontece décadas más tarde, El Raso no estaba muy distante del área de acción del combativo Viriato, que tuvo en jaque a los romanos durante años, hasta su asesinato en el 139 a.C.

Sea como fuere, los pobladores indígenas buscaron una mejor defensa y entre finales del siglo III a. C. y principios del siglo II a. C. se trasladaron a un altozano cercano y edificaron el castro que hoy conocemos y podemos visitar.

El nuevo hábitat agrupó un vecindario importante, ocupando más de 20 hectáreas, y es muy probable que responda a la unión de varios poblados anteriores.

La ciudad se dotó de un potente sistema defensivo compuesto por una muralla reforzada al exterior por torres y profundos fosos. Una obra ciertamente monumental que, sin embargo, desconocemos si sirvió eficazmente para garantizar la seguridad e independencia de las gentes que habitaban el castro, ya que, a mediados del siglo I a. C., el poblado se deshabitó, probablemente por orden de los romanos, recelosos de que los pueblos indígenas vivieran en ciudades tan fuertemente defendidas.

Se han hallado objetos de plata ocultos bajo tierra en el vestíbulo de una casa. El atesoramiento se componía de un collar, un brazalete, una fíbula y cinco monedas. El hallazgo es de suma importancia por la belleza y calidad de las piezas y porque permite elucubrar sobre el sentido y cronología de la ocultación del tesoro. No conviene perder de vista que estas piezas han llegado hasta nosotros porque no pudieron ser recuperadas por sus propietarios, un hecho que probablemente coincidió con el abandono forzoso y súbito del poblado de los indígenas ordenada por los romanos y que sucedería aproximadamente a mediados del siglo I a.C., pues una de las monedas escondidas es de época de César, más exactamente del 47 a. C.

EL YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO Y SU VISITA

 

Puede seguirse a pie el perímetro de la muralla, escondida en una superficie alomada de tierra y piedras, salvo en la zona oeste en la que los imponentes cortados rocosos la hacían innecesaria. La muralla se extiende por alrededor de dos kilómetros rodeando una ciudad de unas 500 casas para la que se calcula entre 2.500 y 3.000 habitantes.

Particularmente interesantes son la zona del Castillejo, en la que se documenta un fortín interior en el que la ruina supera los 7 metros de altura y el sector de la muralla exterior excavado en un tramo de más de 200 metros de longitud, interrumpido por una puerta fuertemente protegida y flanqueada por torres o bastiones, tal vez la entrada principal a la ciudad, puesto que desde esa zona se llega cómodamente a las zonas de pasto y a las tierras más fértiles.

En el interior del poblado, organizadas por barrios, se distribuían las viviendas. Hay una notable densidad de casas, reconocidas por métodos de teledetección, por lo que se estima que el poblado pudo tener incluso más de 3.000 habitantes. La superficie de las casas oscila entre los 50 y los 150 m2.

Hay tres sectores excavados en los que se han restaurado los cimientos de aquellas. En el llamado sector A, junto a la mencionada puerta de entrada al poblado, se han recuperado los zócalos de cuatro casas paralelas y perpendiculares a la muralla. Conservan la entrada orientada hacia una calle que discurre por el interior del recinto defensivo. Las casas en este sector se adaptan a la pendiente del terreno, con las habitaciones escalonadas para salvar el desnivel.

En el sector B, la zona excavada más extensa, se hallan una veintena de viviendas. En general, se aprecia una cierta alineación con muros medianeros entre varias viviendas y la fachada hacia calles paralelas, si bien se dan casos de viviendas aisladas y sin orden aparente. En suma, podemos hablar de que no existe un urbanismo intencionado del poblado y la alineación en las viviendas mencionadas se debe simplemente a la orientación de las casas hacia el sur y el oeste, las más soleadas y a la vez mejor protegidas de los vientos. Los muros se construyen con un zócalo de piedra, pero la enorme acumulación de arcillas detectada en las excavaciones presupone que, aparte de algunas hiladas de de piedras, los alzados, particularmente los del interior de las casas, serían de tapial, rematados al interior y al exterior con un enlucido.

Un entramado vegetal mezclado con barro y soportado por vigas de madera compone la techumbre. Las vigas eran normalmente de roble. Los estudios polínicos detallan que mientras los bosques de pinos permanecen los robledales desaparecen en buena parte cuando el castro se habita. La disminución acelerada de las masas de robles se explica tanto por su quema para ganar terrenos para los pastizales y los terrenos de cultivo, como por su utilización como material constructivo de las viviendas.

Es posible contemplar fácilmente los  aspectos constructivos de estas casas castreñas gracias a reconstrucción de dos de aquellas  que han sido ambientadas en su interior con réplicas de los materiales aparecidos en la excavación. 

Las viviendas tienen un porche exterior cubierto adosado a la fachada, con un banco de barro a cada lado de la puerta. La primera habitación interior era un vestíbulo que se utilizaba como almacén de grano y leña. Éste daba paso a la estancia principal, la cocina, con una placa rectangular de barro en la que se preparaban los alimentos y otro banco de tapial adosado al muro del fondo. Sobre el uso del banco nos ilustra el relato del historiador grecorromano Estrabón: Cenan sentados en semicírculo en unos bancos construidos contra la pared, dan el primer asiento a la edad y al honor; comen en rueda…. En este espacio central de la vivienda se han descubierto molinos de mano y pesas de telar, por lo que es fácil suponer que, entre otras actividades, aquí se molía el grano o se tejía. A las funciones mencionadas hay que añadir que esta habitación era el dormitorio de la familia. En ocasiones, a ambos lados de la cocina, se disponen pequeñas estancias. Se trata, al parecer, de espacios utilizados preferentemente como despensa. Muy abundantes y de diversa tipología son los materiales recuperados en las viviendas, siendo numerosos los recipientes cerámicos. Precisamente en las despensas las cerámicas son de gran tamaño y están semienterradas, un recurso con el que conseguirían una temperatura más fresca para los alimentos. Hay frecuentes hallazgos de provisiones de cereal y en varias viviendas restos de bellotas, un complemento vegetal extraordinariamente energético.

Otras vasijas fueron rotas a propósito y por ello se piensa que formarían parte de un ritual fundacional, previo a la ocupación por los habitantes de la vivienda. Entre las piezas de cerámica distribuidas por varias viviendas hay unas curiosas cerámicas recortadas de pequeño tamaño y que parecen ser unas fichas de un juego desconocido para nosotros.

Buena parte de la información arqueológica y particularmente de los materiales hallados en este yacimiento están expuestos en el Museo de Ávila (foto vitrina) y en dos recursos expositivos situados en las cercanías del yacimiento arqueológico. En el recientemente inaugurado Museo Etnográfico de Candeleda hay una exposición: “Celtas en el sur de Gredos” en la que se explica el yacimiento de El Raso mediante materiales originales y reproducciones, paneles y otros recursos.

Por su parte en la localidad de El Raso hay una interesante muestra dedicada a la necrópolis de la Edad de Hierro de El Raso, a los tesoros pertenecientes a la II edad del Hierro y a la vida domestica en el poblado. Desde el museo organizan magníficas visitas guiadas al yacimiento.

LOCALIZACIÓN

Para llegar al castro debe tomar la carretera C-501 desde Candeleda y a unos 6 kilómetros coger la desviación hacia El Raso. Desde esta población hay que seguir unos dos kilómetros por un camino en dirección norte que conduce hasta las inmediaciones del castro.

La visita es libre.