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Villarino tras la Sierra siempre ha estado aislada. Situada en La Raya, su localidad más próxima es Vale de Frades, en Portugal. Si tenemos en cuenta que la primera carretera les llegó en los años 80 del pasado siglo, podemos hablar de siglos de relativo aislamiento. Esta puede ser una de las claves que nos explique la pervivencia de mascarada de rasgos tan arcaicos. El paisaje también es de el de los Tras-ós-Montes portugueses y el de buena parte de Aliste: montes no muy elevados, pero cortados por numerosos arroyos que han excavado las blandas pizarras, lo que acentúa el contrate de altura y produce hermosas riberas solitarias. Esto también ha generado un microclima que le preserva de los fríos meseteños y permite cultivos más templados; ejemplo de ello es la producción que tuvo de aceitunas, para producción de aceite en la cercana almazara “de sangre” de Latedo, hoy todavía visitable y en funcionamiento testimonialmente.
El pueblo, pequeño, tiene el encanto de lo perdido, con casas y cierres de cortinas de piedra, alguna balconada de madera y la iglesia, sencilla y rústica. Y alrededor, las huertas, los castaños y un paisaje inalterado, si no fuera por los enormes bosques de pinos que han sustituido a robledales, encinares y castañares. Y allí, perdidos y sin explicación posible, unos enormes bloques graníticos amontonados, como gigantescos menhires, desafiando la imaginación y la historia. Sobre todo después de los rituales arcanos del lugar.
La mascarada recorre todas las calles de la localidad, puesto que se hace cuestación casa por casa. Son calles adaptadas a la toponimia del lugar, con cuestas no muy pronunciadas.
Los actos son bien sencillos, pues se limitan a un recorrido por todas las casas habitadas del pueblo, desde su parte alta a la baja, haciendo cuestación.
Otra cosa es cómo se realiza esa cuestación y lo que realizan los personajes principales. Porque, en efecto, podríamos decir que la celebración aglutina tres rituales distintos, por no considerar al cuarto ritual propiamente dicho. Este cuarto, lo representaría el mayordomo de la Cofradía de San Esteban, que, con la vara o insignia de la Cofradía, va en la comitiva pidiendo limosna para el Santo, limosna siempre y tradicionalmente en metálico, que se entrega a la iglesia para Misas y luces en honor del protomártir.
De los otros tres, sin máscara ninguna, aparece el Pajarico. No lleva indumentaria especial. Pero se le identifica bien, puesto que porta en sus manos un varal o estaca, que en su parte superior tiene dos o más puntas o ramificaciones, de las que, al principio de la celebración, cuelga un pájaro recién matado, generalmente un tordo o estornino. A medida que vaya pasando por las casas, de esas puntas colgarán chorizos, pollos y, actualmente, dinero, que los vecinos les van dando. Los vecinos y uno de nuestros informantes cuentan que, según les dijeron a ellos, esto era una compensación que les daban a los mozos por acabar con las bandadas de pájaros que asolaban sus cosechas y huertos durante el año, dato que también recoge Chani Sebastián (2004, pp. 52-54). Lo cierto es que este puesto lo desempeñaba el mozo más joven, después de que pagara la “media” o “entrada”, consistente en una cántara de vino, para entrar en el grupo de los mozos; todo lo que recaudara, lo consumían en una merienda.
Desde el año 2007, en la comitiva van dos Zamarrones, figura tradicional de la localidad y similar, como su nombre indica, a los Zangarrones, Diablos, Cencerrones, ..., del resto de Obisparras alistanas, y que en esta localidad habían desaparecido a mediados del siglo XX. Suelen coger a las personas que no les dan aguinaldo por las piernas con su especie de cayado de amplio arco; también suele golpearse con el palo su espalda para meter ruido.
Pero la figura más singular y peligrosa para el visitante y para todos los vecinos es El Pajarico, o mejor, Los Pajaricos, porque salen dos. Armados de un rústico simulacro de caballo, que meten entre las piernas y que termina en un saco o ropas viejas atados al palo, te golpean con ellas, con un giro de su cuerpo y tras empaparlas en agua y en barro; a pesar de que se ha urbanizado el pueblo y escasean ya las calles sin cementar, siempre encuentran el lugar adecuado para mancharlas de barro y los mismos vecinos les tienen calderos de agua para que las mojen. El resultado es que acabas empapado y manchado; por ello se suele acudir con ropas viejas y, los que son de fuera, con recambio en el coche. Los lugareños, sin miramiento de edad, se ofrecen al fertilizante golpe, aunque siempre han sido y son preferidas y objeto de atención preferente las mujeres.
Durante este recorrido en todas las casas te ofrecen bebidas, licores, cacahuetes, dulces y no sólo a estos personajes, sino también al resto de vecinos que se empiezan a sumar al cortejo y a los visitantes que lleguen. El trato es familiar con todos y en las mesas que tienen preparadas a la entrada de las casas cada uno toma lo que quiere. Antiguamente, el obsequio invariable era vino y castañas cocidas y asadas. Y así, casa por casa, con charlas entre todos, bromas, recaudación y empapándose bien por fuera -Los Caballicos se encargan de ello, pues sólo descansan para comer y beber en todos las casas una cosilla- y por dentro, se llega al final del recorrido. Aquí ya se ha instalado una buena lumbre, para calentarse y asar lo recogido durante la petición de aguinaldo más la carne que se ha comprado en Alcañices. Todo ello sirve de unión a una mermada comunidad, que espera que los actos fertilizantes les deparen buen año.