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Palacios del Pan es pueblo nuevo y viejo. Nuevo, porque su vida empieza a partir de 1932, en que sus habitantes se instalan en su ubicación actual, ya que las aguas del embalse de Ricobayo inundaron sus tierras y casas. Una sencilla mirada a su urbanismo llama la atención al compararlo con otras localidades del entorno, pues tiene una configuración conforme a los criterios de la época en que se construyó: calles anchas y rectas, cortadas en cuadrículas, que dibujan amplio cuadrado en su plaza, en uno de cuyos costados se ha construido la iglesia, sencilla y con espadaña. Y a su lado, el Ayuntamiento.
Y es viejo, porque en sus inmediaciones se ubicó un pequeño vico o mansión romana, con posible cisterna, del que quedan algunos restos, conocidos como Casetón de los Moros. De él procedería una estela muy deteriorada, tanto por haber servido durante muchos años de poste kilométrico, como por estar hecha sobre pudinga muy basta. Hace pocos años, el Ayuntamiento la situó en una especie de monumento, al que llega la mascarada y delante de la cual tiene lugar el desafío.
No obstante, el elemento más atractivo de la localidad es el Viaducto Martín Gil, al que se accede por un buen camino de concentración. que, en su tiempo, fue el mayor puente en hormigón del mundo.
El entorno es todo agrícola, teniendo el término parte de terreno de buena calidad y otra parte, abrupta y poco apta para el cultivo de cereales, hecho que creemos importante para la interpretación de “La Vaquilla”.
El recorrido, siempre urbano, discurre desde la Plaza Mayor hasta esa estela hoy convertida en monumento, junto a la única carretera de la localidad, para regresar de nuevo al punto de partida. La petición de aguinaldo recorre todo el pueblo. Comienza con el ritual de vestirse en un local del Ayuntamiento. En esta labor ayudan y colaboran las mujeres de la Asociación, algunas de las cuales también se visten como Gitanas, ya que de Vaquilla y Cencerreros sólo salen hombres.
A las cinco de la tarde, salen a la plaza y la Vaquilla, bien flanqueada por los Cencerreros, que son sus defensores, empieza a atacar a los allí congregados, con especial atención a las mozas, mientras los Cencerreros emplean bien el sacudidor.
A continuación comienza el desfile encabezado por La Vaquilla y sus escoltas los Cencerreros, siempre moviéndose hacia aquellos que pueden constituir un peligro, para intimidarles con sus trallas. Les sigue el Patriarca gitano, llevando una carretilla con ceniza, para lanzarla a los espectadores. Detrás vienen los Gitanos y Gitanas, algunas subidas en un carro tirado por una burra y engalanado al efecto. Y cierran el cortejo, dos gaiteros un tamborilero y un bombo.
Así recorren algunas calles del pueblo, para dirigirse después hacia ese monumento en el que han instalado la deteriorada estela romana. Subido en la peana de él, el Patriarca lanza un breve discurso en el que presenta el reto que le hace un Cencerrero al Cencerrero Mayor o jefe de ellos. El duelo, a espada, acaba siempre con la victoria del candidato. Y viene una reacción inesperada, pero tan real como la vida misma: Al vencedor le “coronan” con el símbolo del jefe: un sombrero de paja deshilachado y adornado con un cráneo de gato, dos pezuñas de cerdo y colas de zorro. Al vencido, tirado en el suelo, lo azotan con los zurriagos y le pinchan con la horca de madera. Finaliza el acto con el rendimiento de homenaje y pleitesía al vencedor: los Cencerreros se arrodillan ante él, que los confirma como sus caballeros tocándoles el hombro con un bastón.
Mientras tanto, Gitanos y Gitanas han estado adornando el armazón de La Vaquilla con cintas de colores, cada una de las cuales corresponde a un pequeño obsequio. Es el momento de regresar a la plaza. El recorrido de vuelta se hace intenso, pues la chiquillería, deseosa de coger las cintas no para de correr y de azuzar a La Vaquilla, que se defiende como puede con ayuda de los Cencerreros. Al llegar al plaza del Ayuntamiento aún le quedan algunas cintas, que son ansiadas por los muchachos. La gente, distraída con los envites de los chicos al astado, no se da cuenta de que el Patriarca quiere gastar toda la ceniza en ella. Cae en manos de un muchacho la última cinta y la Vaquilla es sacrificada.
Ahora son Gitanos y Gitanas los que empiezan la cuestación casa por casa y entre los espectadores, ofreciendo a cambio “bollos nevados”, dulces típicos de Navidad.
Termina la fiesta con una invitación a todos los presentes.