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San Martín de Castañeda es conocido como “el balcón” del Lago de Sanabria. Y es cierto. Desde ningún lugar mejor para contemplar la callada belleza del lago. El lugar aprovecha una plataforma semicircular del monte Suspiazo, que cobija sus casas en la parte baja, para reservar el terreno llano para huertos y praderas,y cómo no hablar de la magnífica arquitectura popular del lugar, con casas de escalera exterior hasta la primera planta, dejando la baja para las cuadras de las vacas, que tiran de carros de ruedas macizas, o los hornos comunales que aún subsisten y donde todavía cuecen el pan las vecinas, o las fuentes, que aparecen por doquier.
La mascarada recorre en la petición de aguinaldo todas las calles del lugar, calles en cuesta y de trazado irregular debido a la adaptación del terreno. De todas las maneras, un placer para la vista por la rusticidad de buena parte de sus casas, donde siempre se descubren nuevos detalles.
El día cinco de enero, en torno a las tres y media de la tarde, las Talanqueiras se visten en las antiguas escuelas, situadas junto a la carretera. Aquí son ayudados los mozos por mujeres.
Lo primero que hacen es congregarse todos, como en un ritual, ante la iglesia y la Casa del Parque. Sin lugar a dudas, recuerdan que este era su punto primero de actuación, cuando sorprendían a sus vecinos a la salida de Misa. La fecha primitiva es objeto de disputa entre distintos autores: el folleto de la Diputación de 1995 habla del 25 de diciembre y Juan Francisco Blanco González (2004, 29) y Jambrina y González (1984, 29-31) hablan de este mismo día y del 1 de enero, pero los últimos describen los actos el día 6 de enero, por la mañana.
Aquí corretean tras las pocas personas que se han acercado y posan para fotógrafos. A continuación, empieza el recorrido por todas las casas habitadas del pueblo para pedir el aguinaldo. Lo hacen generando gran ruido con los cencerros, mientras el Cernadeiro empieza a teñir la ropa de los vecinos con la ceniza que les arroja y los Visparros no paran de amenazar, más que coger, con sus tenazas. Y lo que da pánico es ver que te lanzan la “maza”, ese leño atado a una cuerda, que se te acerca y, afortunadamente, nunca llega a alcanzarte.
Al llegar a cada casa, anunciándose con el ruido de los cencerros, siempre se repite el mismo ritual. Cuando sale el dueño o dueña de la casa el cortejo pregunta: ¿Cantamos o marchamos? A lo que el dueño o dueña de la casa siempre responde: ¡Cantad, hijos, cantad!
Entonces ellos siempre entonan una cantinela cantinela. Al recoger el aguinaldo, hacen sonar con más fuerza los cencerros y lo cuelgan en el sable o varal. A pesar de la aparente monotonía del acto, no hay nada más agradable que seguirlos, en un entorno frío, pero encantador, con variedad de casas y calles y, especialmente, con las personas que salen a recibirlos. Se nota la emoción en las personas mayores de volver a otra época.
Así se va desgranando la tarde y las calles y casas del pueblo, mientras el varal empieza a curvarse por el peso de los productos de la matanza y las cestas hay que llevarlas a vaciar.
Cuando se termina el recorrido, se organiza una cena a la que acuden todos los vecinos, aunque antiguamente era exclusivamente para los mozos que organizaban y protagonizaban la fiesta. Se hacía en casa particular mezclando los productos del cerdo con cachelos, hasta que se terminaban.