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Pueblo ribereño del río que da nombre a la comarca. Todo el terreno es un valle de frescor cerca del Aliste, que serpentea entre las pizarras, dejando su rastro en forma de alisos y chopos. En sus proximidades, las huertas, y más allá crecen trigos y centenos. En los prados cercados se ven pastar vacas, ahora que son rentables con la Denominación de Origen, y algún burro, que también tienen buen predicamento.
Pero Aliste no busca destacar por la espectacularidad, sino por la sencillez. Terrenos en pequeñas cuestas y alomamientos, montañas medias surcadas por multitud de regatos que excavan con modestia, pero con constancia las dúctiles pizarras, ríos de aguas transparentes, que en primavera se tiñen del blanco de los ranúnculos, entre los que croan las ranas.
Pues el río Aliste ha partido San Vicente de la Cabeza en dos. Dos barrios separados y comunicados por el río de la comarca. Y allí, apenas sobresaliendo, una espadaña triangular en mampostería anuncia la iglesia. Es modesta, como todo aquí, pero “en su tiempo” era lugar de peregrinación y de fe, pues en ella se guarda una reliquia del santo epónimo, que tenía la virtud de curar la rabia. Y eso que consta documentalmente que no estaba certificada.
Y hablando de humildades, nada como la arquitectura popular del lugar a base de mampostería de piedra y tejados de pizarra, con algunas balconadas de madera, que dejan rincones de humilde belleza.
El cortejo recorre todas las calles del pueblo, de ambos barrios. Son de trazado irregular, adaptándose al terreno de pequeñas cuestas. Es un recorrido agradable porque las casas aún conservan buenas portaladas, con notable cerrajería y muchas aún son de piedra.
Los actos comienzan con el protocolario acto de vestirse en los vestuarios del campo de fútbol ayudados por otros mozos y mozas. La tradición era que las mozas vistieran a la Novia; actualmente, ayudan a todos.
Salen de este lugar recorriendo buena parte de las calles del pueblo. Nada más salir ya empiezan las carreras de los Atenazadores para coger las piernas de las más atrevidas, aunque tampoco perdonan a las personas mayores sentadas a la puerta; cuando ven a personas o niños despistados, tapan los cencerros con una mano para sorprenderlos. Completa el caos la Filandorra, que enceniza a todos sin ningún miramiento. Los más formales, los que encabezan la comitiva, son los músicos y los Novios. Éstos bailan, se hacen arrumacos, se besan, él le levanta la falda y es frecuente que el novio coja a horcajadas a la novia y simule el acto sexual. El Novio reparte cigarros entre la gente, como era usual en las bodas tradicionales. También es frecuente el baile entre la Filandorra y el Atenazador que le acompaña.
La música y el caos se apodera de esta localidad bañada por el río Aliste. Los Atenazadores penetran en las casas sin miramientos y atenazan cuanto encuentran para tirarlo por la calle; palas, sacos, mantas,... Según nos cuenta uno de nuestros informantes, el objeto principal que antes cogían era el pallizo, aro circular de mimbre sobre el que reposaba el caldero de cobre; y si lo querían recuperar los dueños habían de contribuir a la cuestación. No se recuerda, como en otras localidades, el robo de embutido.
Cuando se han recorrido las calles, termina la mascarada en el amplio espacio cercano al puente con las últimas carreras de los Atenazadores, la Filandorra dando cuenta de la última ceniza y el baile de los Novios, al que se suman los lugareños al son de la gaita y del tamboril.