Tiempo de fiesta - Mascaradas de Castilla y León

MASCARADAS DE CASTILLA Y LEÓN

BERCIANOS DE ALISTE

Desempadrinamiento

En las bodas

Al atardecer

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Bercianos de Aliste se halla enclavado entre una de las numerosas montañas medias del paisaje alistano y el río Aliste. La localidad, de interesante arquitectura popular con numerosas casas de piedra, portaladas, alguna balconada, importante cerrajería y hermosos pontones sobre el río Aliste, sin embargo es famosa por su Semana Santa. En efecto, aquí, rodeada de cruces y de un calvario de granito, se celebra, especialmente, una de las procesiones más rústicas y auténticas de la Península, con cofrades que visten totalmente de blanco la túnica que les hicieron sus prometidas antes de la boda y que, luego, le servirán de mortajas, mientras otros lucen las pardas capas alistanas, para asistir al desenclavamiento de Cristo y su introducción en la urna.

El entorno es el de todo Aliste, la comarca más desconocida de Zamora, que tiene profundos valles, de solitaria belleza, excavados por los ríos, con abundante vegetación y fauna.

Los actos se desarrollan por algunas calles del pueblo, el río Aliste y las proximidades de la casa del novio o de la novia, depende de dónde se celebre la boda. Pasando por alto la Misa de boda y la comida festiva, similar a la de todas las bodas, incluidas las urbanas, lo más interesante se produce después de comer. Los mozos tienen ya preparado un carro, decorado en sus costales con ramas verdes de chopo y flores. “Obligan” a los novios, vestidos ya con ropas informales, a subirse en él, del que tiran los mozos y les pasean por el pueblo, acompañados de toda la juventud, bien provista de cubos de agua, que arrojan a todo espectador o viandante que encuentran a su paso. El recorrido termina en la presa hecha en el río Aliste, donde arrojan carro y novios. En el buen tiempo, les acompañan en el baño también toda la juventud; no así, en pleno invierno. Mientras se secan los novios, unos cuantos mozos –siempre hombres- se disfrazan con ropas viejas, muchas veces de mujeres, cubriendo sus rostros con pañuelos o ropas ceñidas, excepto los ojos. Cogen una burra, que ya tienen apalabrada con su dueño, y de esta guisa se dirigen a casa del novio.

Sin ningún miramiento entran con la burra por todas las estancias a buscar al padrino y al novio, que previamente se han escondido. Aquí se desarrollan los episodios más divertidos, puesto que buscan, siempre acompañados de la burra, por los sitios más recónditos y más en casas que todavía conservan cuadras y otras dependencias agrícolas, para acabar encontrándolos lo mismo dentro de un arca de la harina u ocultos bajo costales.

Con ellos a lomos del burro salen corriendo entre todos los espectadores a buscar el cántaro o “medida” –como aquí se denomina- de vino a la taberna, donde ya ha sido encargado.

Con él en sus manos y manteniendo a novio y padrino a lomos del burro regresan a la casa, donde todos los vecinos hacen un corro para que se “baile la medida” por parte de los enmascarados. Para ello colocan sobre el cántaro un plato con una rosca, una jarra o botella y un vaso. El baile, al son de gaita o de dulzaina y tamboril, consiste en ir pasando en el transcurso del baile las piernas por encima de la medida, hasta que alguno la derriba. En ese momento, empieza el reparto de vino entre todos los vecinos, mientras sacan bachillas de roscas para todo el mundo. Estas roscas, que ahora se hacen en la panadería local, antes se hacían en casa de la novia muchas veces ayudada por otras mozas (Méndez Plaza, 2002, 98) a base de harina, azúcar, anís y esencias. Entre roscas y vasos de vino comienza el baile que pondrá fin a la boda.

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