EL CID CAMPEADOR

La figura del caballero medieval más conocido de Castilla, Rodrigo Díaz de Vivar y el monasterio de San Pedro de Cardeña, están unidas desde el s. XI hasta nuestros días. Esta relación simbiótica nació durante el abadiato de Sisebuto y el reinado de Alfonso VI y quedó sellada para siempre con el traslado de los restos del héroe desde Valencia en 1102.  No hay datos que avalen los motivos reales del traslado. Es probable que fuera voluntad de su mujer doña Jimena, al ratificar el nuevo lugar de sepultura con numerosas donaciones de su fortuna y con su presencia en Cardeña hasta su muerte.

A partir de este momento, son numerosos los indicios que evidencian el intento de identificación entre la abadía y el héroe: su imagen en la escultura que preside la espadaña del templo, en la fachada del monasterio o en la sillería de la abadía de S. Benito de Valladolid para representar a Cardeña en el siglo XVI.

Con Alfonso VIII Cardeña alcanzó su primer momento de esplendor. Sin embargo, la abadía soportó uno de sus primeros traumas históricos: la sustitución de sus monjes por otros dependientes de Cluny, todo ello impuesto por Alfonso VII en 1142. Aunque este hecho duró pocos años, generó inseguridad, probablemente unido a una falta de identidad, que el cenobio vería colmada con la propia identificación con el Cid, parejo a un proceso de sacralización del héroe bélico.

Así se puede concluir después de analizar las celebraciones de memorias y aniversarios del Cid y Jimena. Todos ellos fueron recogidos en el Necrológico antiguo por el P. Berganza. Así surgieron las primeras leyendas sobre su muerte y la vuelta a Cardeña, entretejidas en el s. XIII en las diversas ediciones de la Crónica popular del Cid

La exaltación del personaje se corroboraba con los apoyos históricos: tras la visita de Alfonso X en 1272 que ordena la realización de un monumento funerario. Más aún, en 1380, las Cortes de Castilla reconocen que Cardeña fue fundada por D. Rodrigo[1]. De todo esto, los investigadores actuales concluyen que en Cardeña se escribió a lo largo del s. XIII una Estoria caradignense del Cid, hoy perdida, incluida en la Estoria de España o la Primera Crónica General, donde se elabora la cronología de la relación del Cid con Cardeña y los motivos de su inhumación en el cenobio.

Estos textos influirían posteriormente en otros más legendarios como el Poema de Almería, la Historia Roderici o el Linage de Rodic Díaz[2].

Además, el culto legendario al Cid llevó pareja su "canonización". De ella quedó constancia en numerosos acontecimientos o documentos posteriores: el privilegio de Enrique IV en 1473, donde se hace referencia a "el bien aventurado y santo caballero el Cid Rui Díaz"; en 1495, cuando el arzobispo Cisneros, tras haber sido nombrado arzobispo de Toledo, viajó a los Países Bajos, pasó por Burgos y rindió homenaje a los restos, pidiendo que levantaran la losa para poder besarlos; en 1541, cuando el abad Lope de Frías procedía al traslado de sus restos en un exquisito ceremonial en el que ya se apreciaba el triunfo de la idea de santidad del Campeador. A pesar de toda esta aureola sacra no se consumó su canonización romana en el s. XVI.

Aparte de estos hitos sobre su canonización, son notables los testimonios de exhibición de El Cid como auténtico tesoro espiritual y material. El panteón cidiano y su progresivo enriquecimiento con nuevos personajes vinculados al héroe es la mejor expresión[3]. La máxima expresión de todo esto data de 1735, cuando con el abad Berganza se construyó la Capilla de los Héroes y se hizo corresponder las sepulturas a las del Breviario de 1327.

Al panteón cidiano se añadieron los restos de doña Elvira, de Ordoño, sobrino del Cid, los de Hernán Cardeña y doña Juliana, hija de Antón Antolínez de Burgos y mujer de Fernando Díaz, hermanastro de don Rodrigo. Se descarta al obispo Jerónimo, al demostrarse que se hallaba en la Catedral de Salamanca.

La creación del panteón se debía a la importancia concedida al linaje, siendo necesario que los vínculos familiares quedaran expresados de forma escrita y sistemática.

En la Crónica de Castilla de 1344, Bautista[4] comprobó que Cardeña había comenzado a redactar un texto donde articular el linaje del Cid buscando demostrar sus vínculos con diversas casas reales de la Península y Francia como ya había hecho el Cantar del mio Cid. En este texto se basó el abad Juan de Belorado para su publicación de 1512, bajo el patrocinio de Fernando de Austria, hermano del futuro Carlos I, de la Crónica del famoso cavallero Cid Ruy Campeador. Esta obra, además de recoger la citada Primera Crónica General, utiliza otros materiales.

El grado de influencia que el monasterio pudo tener en la creación del Cantar del mio Cid ha sido muy debatido. Superadas las reticencias de Ramón Menéndez Pidal a una poesía épica con origen en clerical, se ha logrado una mejor comprensión del Poema en las últimas décadas. Destaca el protagonismo que el monasterio adquiere en ciertas partes, la mayoría de ellas, de marcada carga dramática. Entre los estudiosos actuales hay cierto acuerdo en que el autor o autores, debían poseer conocimientos legales, o que se recurrió, como fuente histórica, al Historia Roderici.

Otro aspecto interesante es el que señala Zaderenko en referencia a la coincidencia del relato del hospedaje del Cid, desterrado con los preceptos de la regla benedictina, así como el conocimiento de los rituales litúrgicos. Hernando Pérez encontró una interesante referencia a López de Pisuerga en la obra del P. Berganza[5]. Todos estos datos hacen concluir que el autor debía tener un origen clerical siendo, además, innegable la importancia que el Cantar otorga al monasterio.