Un scriptorium funcione o no de forma autónoma, se concibe desde el s. VIII como un centro con rasgos muy similares a los de una escuela y una biblioteca. En él se producen y se almacenan libros, a la vez que se enseña el arte de la lectura y copia de manuscritos.
En general, en los centros culturales medievales (monasterios o iglesias episcopales) se establecieron scriptorium con mayor o menor continuidad y dependiendo de la necesidad. El monasterio de Cardeña correría esta misma suerte, como lo acreditan las tempranas donaciones en el ingreso de alguno de sus monjes o, sencillamente, de sus benefactores: "el 14 de noviembre del año 980 ingresó el presbítero Nuño aportando un libro de las Antífonas y otro De las Ordenes[1]"; ‘"os esposos Munio y Goguina hacen valiosas donaciones incluyendo una suma para copiar el Comentario de Casiodoro a los Psalmos y así honrar a los patronos del monasterio".
Los libros son un bien preciado en Cardeña desde los primeros momentos de existencia, estando a la altura de los molinos, de los ganados u otros derechos, etc. Tales libros están en posesión de los eclesiásticos, bien sacerdotes seculares o monjes copistas.
En paralelo a su historia, se puede determinar el s. X como línea divisoria: hasta mediados de este siglo es muy probable que el escriptorio de Cardeña fuera uno de los más importantes no sólo de Castilla, sino de toda la península Ibérica. A partir del s. X surgen otros con estilo propio y notable producción: Valeránica (Burgos), Tábara (Zamora) o Escalada (León). De todos los escriptorios castellanos de los s. X-XI se han podido extraer unas características comunes, especialmente en su particular sistema gráfico[2]. En el s. XI se da la eclosión de Santo Domingo de Silos y de San Millán de la Cogolla. Aunque la fama del escriptorio de ambos ha oscurecido a Cardeña, no es descartable que algunos de los manuscritos que se conservan de esta época pertenecieran al cenobio burgalés[3].
El segundo momento de esplendor del escriptorio coincide con la apuesta de Alfonso VIII por el monasterio. Las diversas transformaciones del edificio no permiten determinar dónde estuvo ubicado en este momento, pero el privilegio sobre la cabaña ganadera otorgado por el rey en 1188, es muy probable que esconda una importante apuesta por la producción de libros. Sin conservarse catálogos de biblioteca que lo acrediten, los ejemplares de esta época serían leccionarios, breviarios, pasionarios o necrológicos y Biblia. Igualmente son importantes las colecciones documentales como los becerros.
En el s. XIV el escriptorio está situado en la segunda planta. Se constata su deterioro como lo atestigua Fr. Lope de Frías en su valioso informe de 1338, ante la visita canónica del abad de Silos. A partir de este momento, tal sólo se conserva lo apuntado por el P. Berganza en su estudio histórico de 1719-1721. Este mismo deterioro persiste en el s. XVI, tal vez agudizado por la generalización de la imprenta.
A pesar del todo, el escriptorio sigue funcionando con algunos encargos[4]. En 1661, Fr. Juan de Osorio critica la sustracción de ejemplares de la biblioteca sin proceder a su devolución[5]. De todos estos datos resulta muy difícil saber la dotación del monasterio antes de la Guerra de la Independencia y las posteriores desamortizaciones. En la época de su abadiato, el P. Berganza contabiliza 12 códices visigóticos, aunque el profesor Fernández Flórez ya apunta que varios de ellos están en un solo volumen[6].
El monasterio ardió a principios del s. XIX, probablemente en la ocupación napoleónica, quedando muy diezmada su biblioteca. A partir de este momento se conserva información más fehaciente. En 1820, en un inventario de Tomás Marroquín, comisionado por el crédito público, se recoge la existencia de dos misales, dos breviarios grandes, un ritual romano y un martirologio[7]. Algo similar recoge Fr. Pedro Aenlle en su informe de 1835 para el Arzobispado.
Más información nos aporta Valentín Carderera, comisionado por la Academia San Fernando, en 1836, recogiendo una relación efectuada por el abad Pero Duro, en el momento de ser expulsado por la Desamortización. En el inventario recoge los siguientes códices: 1º. Sobre los Decretales, 2º. Theologia sobre Santo Tomás, 3º. Libro sexto sobre las Decretales, 4º. Breve del Papa Bonifacio sobre estudiantes de Salamanca, 5º. Sobre Derecho Canónico, 6º. Historia de Pedro Trecenell, 7º. Otro de Derecho Canónico, 8º. Comentario sobre los evangelios, 9º. Biblia Sacra, 10º. Un legajo de Pergaminos que contiene las Etimologías de S. Isidoro. Todos estos son manuscritos en pergamino de letra antigua y están muy deteriorados, 11º. Leccionarios en letra gótica, 12º. Un papel impreso comentario sobre Aristóteles y otros fragmentos medio quemados. Calcula 2000 volúmenes en la biblioteca.
En 1850 viaja a Burgos Pascual Gayangos, comisionado de la Real Academia de la Historia para supervisar los códices desamortizados, comprobando en la oficina del archivador de fincas "atados de bulas" de Oña, Silos, Arlanza, San Pedro de Cardeña, La Vid, etc. Estima de 10.000 a 12.000 volúmenes apilados, pero no encuentra los del monasterio de Cardeña. Visita el cenobio días después topándose con 4.000 volúmenes por los suelos. Se lleva consigo una parte y once códices en vitela, entre los cuales está el de las Etimologías de Isidoro, copiado por un monje de Cardeña en el s. X.
La actuación de Gayangos permitió preservar gran parte de los códices que hoy se conservan. Algunos de ellos permanecieron en Burgos, pero la mayor parte fueron subastados posteriormente por casas especializadas. En la actualidad se encuentran ejemplares del scriptorium de Cardeña en Burgos (Biblioteca Pública y Archivo de la Catedral), Madrid (Museo Arqueológico, Real Academia de la Historia, Biblioteca Zabálburu y Monasterio del Escorial), Londres (British Library), Manchester (John Ryland’s Librery) y New York (Hispanic Society).
Aún cabe la posibilidad de encontrar ejemplares perdidos como ocurrió con varios Antifonarios, hallados en el monasterio de Piedra y devueltos a Cardeña o 138 libros que aparecieron emparedados en unas obras del mesón cercano al monasterio.
Desde que fue ocupado el monasterio por la nueva comunidad cisterciense en 1942, se ha cuidado expresamente la biblioteca contando actualmente con un fondo de 7.500 volúmenes y un notable fondo cidiano iniciado por el abad Jesús Álvarez.