BARROCO

Lejos de detenerse la fiebre constructiva vivida en Cardeña durante el s. XVI, la época del barroco llevó al cenobio etapas de gran intensidad en los cambios arquitectónicos, especialmente entre mediados del XVII y las primeras décadas de la siguiente centuria.

A comienzos del s. XVII, el monasterio inició los trámites para obtener de Roma el reconocimiento del martirio de los 200 religiosos a manos de los árabes durante la guerra de la Reconquista. El proceso fue impulsado por el abad Gaspar de Medina, con el apoyo de Felipe III y su esposa Margarita, devotos de los mártires. Para conseguir el objetivo se abordó la creación de espacio devocional. Se respetó el lugar de enterramiento de los monjes, por lo que se reutilizó la panda sur del claustro, cerrando las arquerías y distribuyendo el espacio en tres ámbitos. Se habilitó el acceso en el tramo central con un arco de medio punto con intradós cajeado, al igual que las jambas, y, aprovechando el desnivel entre la iglesia y el claustro se construyó una bóveda de ladrillo que igualó en altura el lugar devocional y el templo.

La Iglesia reconoció el martirio, un logro celebrado el 6 de agosto de 1603, con apoyo regio y la asistencia de las autoridades burgalesas, y que contribuyó a reforzar el reclamo para los devotos. La afluencia de fieles llevó a solicitar apoyo, al año siguiente, para habilitar una hospedería. No se conoce el lugar donde se situó esta zona de albergue, aunque sí se sabe que no sustituyó a la existente en ángulo noroeste del claustro. Pudo estar en el pabellón del oeste que el abad Andrés de Anzuriza dispuso para celdas de los monjes, ya que sus dimensiones permitirían acoger a los visitantes. Las dependencias que se conservan constituyen gran volumen de planta cuadrangular, con piedra de sillería regular y tres alturas. En su parte inferior se abren pequeños óculos ovalados y ventanas rectangulares que se repiten en las demás alturas. En la tercera planta, se resolvieron como balcones uno de cada cuatro vanos.

El extremo oeste del pabellón se ubica el torreón sur, que flanquea la fachada monástica. El frente del oeste dispone de dos cuerpos con un zócalo que permite nivelar el terreno sobre el que se construyó. El inferior, que abarca dos alturas del pabellón de celdas, se abre con un gran vano de medio punto con rosca moldurada, pero sin permitir el acceso, pues no corta la base. Lo flanquean pilastras pareadas de fuste liso y en las enjutas se abren ventanas cuadrangulares. En la segunda altura, el eje central lo ocupa una puerta-ventana y, ambos lados, se mantienen las pilastras pareadas, aunque de fuste con acanaladura central. En el lienzo norte solo hay una pilastra y en el eje central del cuerpo inferior se superponen dos ventanas cuadrangulares, mientras en el superior se abren otras dos, pero al mismo nivel. La torrecilla de remate consiste en una arquería de medio punto cerrada en su parte inferior y articulada por pilastras de fuste liso, salvo las de los ángulos que son acanaladas. Al norte y al sur se abren tres, mientras que a poniente son cinco, con la central a modo de hornacina.

Existen evidencias sobre las dificultades a la hora de afrontar la construcción del frente sur, lo que explicaría que su edificación se dilatase y que hasta el segundo cuarto del s. XVII no se acometiesen otras obras relevantes. Durante el segundo abadiato de Juan de Salazar, que comenzó en 1625, la Sala Capitular se convirtió en sacristía y ésta acogió el Capítulo. Hasta mediados de siglo solo se conoce otra intervención, la adaptación del atrio a la estética del momento, aunque Berganza recogió los daños ocasionados en el monasterio por un huracán el 16 de agosto de 1642.

Entre 1657 y 1661, durante el segundo periodo de Juan de Agüero como abad, se decide transformar completamente el núcleo central del monasterio, el claustro. Al abrirse los cimientos por el norte, aparecieron grandes cantidades de huesos, lo que llevó a pensar a los monjes en un segundo martirio de religiosos. El proyecto fue continuado por Juan de Osorio, que levantó la crujía del este. De nuevo con Agüero, que volvió a estar al frente de la abadía en 1665, se edificó la panda del oeste. En el periodo iniciado cuatro años más tarde, con Juan de Valcázar como abad, se intentó unificar el ámbito claustral, para lo que se levantó un paño que tapara la fábrica románica, sobre la que se apoyaban las bóvedas, y se abrió una puerta, una decisión polémica, ya que con ella desapareció al menos una arquería del s. XII.

Tras más de una década de intervenciones finalizaba la actuación en el claustro, del que hoy solo se conservan las crujías norte y oeste, ya que las otras dos se desmontaron tras la exclaustración de 1835. Este espacio, caracterizado por la sobriedad, presenta dos alturas con vanos, arquerías de medio punto con pilastras dóricas cajeadas en el nivel inferior y puertas-ventanas en el superior.

De forma paralela a la renovación del claustro, Juan de Osorio creó el noviciado, la librería, el refectorio y, probablemente dentro del mismo proyecto, la cocina, distribuida en dos espacios y con un gran arco rebajado sobre fuertes pilares de sillería como acceso al principal. Juan de Agüero acometió una fachada de sillería y Juan de Valcázar, una Sala Capitular. Además, tuvieron que repararse parte de los daños ocasionados por un incendio originado en la portería, el 14 de enero de 1666; aunque la reconstrucción de los lugares más afectados por el fuego no se realizó hasta el siguiente siglo.

Al abadiato de José de Agüero, nombrado en 1673, se atribuye mayoritariamente la escalera monumental construida en el extremo sur del pabellón de la antigua portería, considerada una de las piezas más interesantes de Cardeña. Es una escalera imperial, de caja abierta, que ha llegado alterada a la actualidad. Tras el tramo inicial se divide en dos, con estructura volada que se apoya en los muros laterales y en tres grandes arcos: dos laterales rampantes y el central, de medio punto rebajado, sobre el que se sitúa la meseta final. Las modificaciones posteriores conllevaron cambios en el trasdós de la cubierta; en origen acanalado y que desde 1971 acoge una pintura mural de Juan de Vallejo. Antes, en 1943, con la llegada de la actual comunidad bernardina se colocó el enlosado de mármol negro y la balaustrada de piedra blanca de Hontoria, que sustituyó la de reja realizada por Tomás de Galbarruli en 1677. En este periodo se ejecutó también la Mayordomía, con cinco celdas, y la Sala Capitular del claustro.

El abad José del Hoyo inició un nuevo proyecto de reformas cuando se estaban finalizando las obras de la escalera. En 1677 se ensanchó el presbiterio, se construyó la portería y la fachada del monasterio, situada entre los dos torreones laterales. La portada está realizada en sillería y presenta un lienzo articulado en dos cuerpos separados por línea de imposta. El inferior exhibe un aspecto macizo, ya que solo se abren ocho ventanas estrechas en la parte baja. En el superior existen dos niveles de puertas-ventanas, con dintel abocinado. Remata una cornisa con piezas de arenisca roja, situadas entre vano y vano, en las que se labraron las garras de un ave que formaban parte de los canalones.

En cuerpo inferior del centro de la portada se sitúa la puerta de acceso, con arco de medio punto flanqueado por pilastras pareadas de fuste liso y capitel corintio. En el nivel superior aparece una hornacina con arco rebajado y pilastras cajeadas de piedras alternas de caliza blanca y arenisca roja. En ella se aloja una talla ecuestre del Cid, delante de sus armas y su estandarte, luchando contra los musulmanes.

Sobre ella uno de los escudos más bellos del monasterio, con características del rococó y añadido en 1739, como figura en una inscripción. En el centro, rematado por la corona real, figura un gran espejo oval con los escudos heráldicos que identificaban el monasterio desde 1500, con alguna variante. A cada lado puede verse un óvalo con el brazo de un monje que sostiene la palma del martirio. Las cartelas situadas encima y debajo de estos dos elementos forman la inscripción “S.TOS / MARS / DE CAR / DEÑA”, que recuerda el martirio de los 200 monjes del cenobio.

En el remate de la portada, con forma de espadaña, se puede contemplar un escudo de armas de Castilla y León, con corona real, sostenido por dos leones rampantes y rodeado por el toisón de oro y, finalmente, un frontón triangular de piezas bicromas.

En el capítulo de bienes muebles, Cardeña enriqueció su patrimonio pictórico en esta época, con obras como varios lienzos sobre la Santísima Trinidad; creaciones de uno de sus religiosos, el P. Rizi, considerado un notable pintor barroco; o veinte lienzos enviados por Fr. Juan de Barreda desde Madrid, siete de ellos sobre el martirio y canonización de los monjes de Cardeña.

La gran renovación en la imagen del monasterio se produjo durante el s. XVII, pero también en el XVIII se produjeron intervenciones destacadas, aunque algunas de las mayores no han pervivido. Detrás de muchas de ellas figura el abad Pedro Martínez, monje de Cardeña y considerado uno de los grandes arquitectos del norte peninsular en esta época. A principios de siglo recibió sus primeros encargos, relatados por Berganza[1], fueron un tabernáculo, que diseño con planta poligonal y dos cuerpos con cúpula del linterna, y un retablo mayor[2] para sustituir al antiguo y desmontado en el s. XIX. De él se conservan algunas piezas escultóricas, como la imagen de María que pisa una media luna, emplazada en la Capilla de Santa Catalina; un santo benedictino arrodillado sobre una nube, que se conserva en la sala del aguamanil y dos altos relieves que parecen representar pasajes de la vida de San Benito y su hermana Santa Escolástica.

El gran retablo barroco se completaba con otros dos colaterales situados en los arranques de la Capilla Mayor, también perdidos pero descritos por el P. Palacios[3], y su ejecución duró varios años. Al mismo tiempo se trabajó en otro retablo para la capilla del evangelio, dedicado a Nuestra Señora y Fr. Pedro Martínez recibió el encargo de uno más para la capilla de la epístola.

En cuanto a sus proyectos arquitectónicos, abordó la aplazada solución del flanco norte del primer patio del monasterio, donde la tradición ubicaba los palacios del Cid, afectados por el incendio de 1666. Hacia el norte, se resolvió en sillarejo; hacia el sur, correspondiente al flanco septentrional, en sillería. En un conjunto de gran sobriedad, en el eje central del lienzo aparecen superpuestos, la puerta de acceso, de arco de medio punto moldurado, el escudo del monasterio, un cuidado reloj de sol y, por último, una lápida con la inscripción “Aquí estuvo el palacio del Cid, hasta el año de 1711”.  

La obra incluyó un torreón como el meridional, con algunas diferencias respecto a este, que culminó la composición de la fachada principal, hasta ese momento incompleta. Se piensa que de esa etapa son las dos imágenes que coronan el cuerpo de galerías de los torreones, que representan a San Pedro en el torreón norte y a San Benito en el torreón sur. El proyecto conllevó la ampliación de la bodega, con una subterránea en el nuevo módulo, también de tramos cubiertos por bóvedas de arista y con potentes arcos de medio punto fabricados en ladrillo.

En 1713, el abad Romualdo Barguilla, continuó los trabajos en este pabellón, pero no los finalizó para atender otras necesidades que consideró más urgentes, como la construcción de una celda abacial y aposentos para huéspedes en la zona este del claustro. La cámara destinada al abad resultó "una de las más ricas de toda la casa"[4].

También encargó el dorado del retablo de la capilla colateral de Nuestra Señora y una nueva imagen, además de tomar la decisión de cegar el arco bajo el retablo mayor que daba al camarín. En su segundo mandato, a partir de 1717, encargó los retablos de San Miguel, Santa Gertrudis y San Sisebuto. Este último, de estilo barroco y elementos precursores del rococó, preside la Capilla de los Héroes y su factura remite a Fr. Pedro Martínez. Está realizado en madera de nogal y exhibe la bella factura de su talla al carecer de policromía dorada. El retablo es de planta quebrada, tetrástilo, y su calle central presenta forma convexa y cubierta avenerada. Las columnas corintias que se sitúan a los lados, con hornacinas entre ellas, mantienen una distancia que se salva con arcos de medio punto. El remate tiene planta semicircular y finaliza con un entablamento sobre el que se apoyan dos frontones triangulares y uno semicircular, a modo de cúpula.

Al año siguiente de la muerte de Fr. Pedro Martínez, el mayordomo Fr. Plácido encomendó al maestro Francisco de Bazteguieta, en abril de 1734, la obra de un panteón de reyes que sustituyese el construido en el s. XVI en el brazo sur del crucero. Respetando ese emplazamiento, se abrió el muro sur de la nave transversal de la iglesia para desarrollar un espacio conectado con el interior del templo, una capilla con planta cuadrangular rematada por un hemiciclo. La Capilla de los Héroes resulta en el exterior una sólida estructura de sillería. En el interior, presenta un acceso de arco de medio punto y rosca moldurada flanqueado por pilastras de capitel corintio y fuste cajeado, rematado con un friso donde figura la inscripción “CAPA DE LOS REIS, CONDES E ILLS VARS” y un frontón semicircular partido en cuyos extremos laterales se labraron sendas rosetas, detalle identificativo de la obra de Fr. Pedro Martínez.

Las pilastras dóricas interiores, de fuste cajeado, sustentan un entablamento en cuyo friso puede leerse una frase en latín, que reza: “Alégrate y goza siempre, feliz España, pues has merecido tener tantos y tales personajes: son reyes ilustrísimos por su linaje y condes nobilísimo y extremadamente valientes cuyos cuerpos descansan en esta capilla desde el año del Señor 1735”. Entre ellas se sitúan marcos moldurados con los emblemas heráldicos policromados de los 26 personajes supuestamente enterrados en el panteón, entre ellos Ramiro de León, Sancho de Aragón, Ramiro Sánchez y doña Elvira de Navarra, Fernán González y varios familiares del Cid, además de este y su esposa, doña Jimena.

En el centro se colocaron los sepulcros del Cid y doña Jimena, que se unieron formando una sola pieza y se añadió una cama sepulcral con una inscripción que reza: “Estos cverpos del Cid y sv mvger se trasladaron de la capilla mayor a esta con facvltad Real de Nvestro Cathólico Monarca D. Phelipe V año 1736”. Los laterales están decorados con bustos y armas y en los frentes, sendos escudos, con barras y leones en la parte de Rodrigo Díaz de Vivar y con un león rampante en la de su esposa. Otros dos escudos orlados con cueros recortados se sitúan en la cabecera, con las espadas Tizona y Colada en el caso del Campeador y con un castillo rodeado de una cadena en el de doña Jimena.

El mausoleo está instalado sobre un alto basamento cajeado, donde volvió a inscribirse la leyenda del antiguo enterramiento, ahora también traducida: “Cuanto se sublimó poderosa Roma por las belicosas hazañas de sus capitanes; cuanto honra a la Gran Bretaña la gloria inmortal de Arturo; cuando se ennobleció Francia con las heroicas acciones de Carlo Magno; tanto ilustró a España el Cid nunca vencido aún de los más valientes capitanes”.

Frente a esta capilla, se sitúa la de los mártires, que se enmarcó con una portada de igual diseño y con la leyenda en su friso: “AÑO CAPA DE LOS SANTOS MARS 1738”, acompañada en el tímpano por la inscripción: “+ CORPORA C.C.S.S.M.M. IN PACE HIC. SEPVLTA SVNT AÑO 834”.

Poco después, en 1739, se colocó en la fachada del monasterio el gran emblema de armas sobre la hornacina del Cid y bajo el escudo real con las armas de Castilla y León. Culminaban las intervenciones principales, aunque en las últimas décadas del s. XVIII, aún se realizaron trabajos de mantenimiento.

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