La función de estas obras era instructiva y devocional por un lado y ornamental por otro, premisas que hay que tener en cuenta para entender el alcance de estas obras.
Los pintores resolvieron el problema mediante un estilo descriptivo y narrativo basado en la simplicidad de la imagen —para que esta fuese fácilmente reconocida— y estructurando la composición del espacio a través de la secuenciación de escenas, —casi a modo de viñetas—, separadas mediante cenefas de enmarque o divisiones arquitectónicas como columnas u hornacinas.
Sin embargo, el estilo generado no puede desvincularse de las capacidades de los propios artesanos y de la dinámica derivada de la adaptación de las técnicas murales para obtener procesos de ejecución rápidos y fluidos, propiciando una serie de rasgos comunes:
- Empleo de paletas cromáticas sobrias, según casos se reducen a 4 ó 5 colores.
- Pinturas simples gracias al uso del lenguaje lineal, por lo que se da más importancia al dibujo, remarcando fuertemente el contorno de personajes y motivos.
- Uso plano del color, por lo que prácticamente no se recurre al sombreado.
- Definición de los personajes mediante fuertes contrastes con el fondo.
- Preocupación por la perspectiva en la búsqueda de referencias visuales veraces, aunque se realizan de manera ingenua y con curiosas desproporciones.
- Pervivencia de rasgos arcaicos al tiempo que se incorporaban características de los nuevos estilos.