En Flandes, el reglamento de los gremios impuso el uso de roble de calidad para la ejecución de retablos. Los escultores debían utilizarlo, si bien en Bruselas y Malinas se toleró la realización de tallas en nogal.
Durante largo tiempo se pensó que el roble utilizado en estas obras provenía de bosques locales. Existen docenas de variedades de esta especie. En el clima oceánico de Europa occidental, se desarrolla el roble común (Quercus robur), que proporciona una madera densa y duradera, perfecta para la construcción de estructuras, pero difícil de tallar. Más hacia el este, en zonas de suelos arenosos y de clima que propicia el crecimiento lento, se extienden las áreas boscosas del roble albar (Quercus petraea) que suministra una madera blanda, fácil de trabajar y muy estable. Este fue el preferido de escultores y fabricantes de retablos.
Gracias a la dendrocronología, ahora sabemos que el roble utilizado en Flandes provenía de los bosques de la actual Polonia.
En invierno, en los bosques polacos, los leñadores talaban los robles. Trabajaban en grupos, varios días, lejos de sus casas. En esta época, no utilizaban sierras, sino unas pocas herramientas simples y eficaces: diferentes tipos de hachas, cuñas de madera y grandes martillos de madera (mazos).
Inmediatamente después de la tala, se despiezaba por hendido el fragmento del tronco situado entre la cepa y las ramas. Para ello, embutían cuñas en la madera, golpeándolas con un mazo. Así, el tronco se dividía primero por la mitad, seguidamente en cuartos, en octavos e incluso en dieciseisavos. Los leñadores no se contentaban sólo con esta labor. Preparaban piezas "listas para usar” a partir de los mejores troncos, derechos y sin nudos, piezas que eran utilizadas por los escultores y carpinteros flamencos.
La madera hendida se reconoce por su superficie, ya que el aspecto de las fibras arrancadas es irregular.
Las piezas de roble hendidas esperaban en el bosque hasta la primavera y eran marcadas para poder ser identificadas; marcas que consistían en una serie de líneas entrecruzadas realizadas con ayuda de una herramienta que permite obtener ranuras en la superficie de la madera: la legra.
En esta época, el medio de transporte ideal era el agua. En primavera, las piezas de madera se reagrupaban sobre balsas, y eran dirigidas a la ciudad de Torun, desde donde descendían el Vístula hasta la costa, para cargarse finalmente en los navíos marítimos.
Las marcas ejecutadas con la legra permitían la identificación y el pago de los lotes de piezas de roble a lo largo de este viaje de más de 2.000 km.
En todas las ciudades de Flandes, los artesanos de la madera se agrupaban en corporaciones. Cada oficio (aserradores, tallistas, ebanistas, carpinteros, torneros) se regía por numerosas reglas, que estipulaban horarios, días festivos, salarios, número de trabajadores y aprendices, técnicas de fabricación y dimensión de los paneles, así como la especie y la calidad de la madera. Los responsables de los gremios grababan marcas que daban fe del cumplimiento del reglamento.
El carpintero o el escultor flamenco compraba las piezas de roble hendidas al comerciante de madera. Para transformarlas en planchas debía contar con los aserradores, únicas personas autorizadas a hacer este trabajo, que lo llevaban a cabo a mano. Estos artesanos tenían las herramientas, la experiencia y la exclusividad de esta tarea.
En sus talleres, los fabricantes de retablos de Amberes y Bruselas se organizaban en diferentes especialidades para la creación de estos conjuntos complejos. Primeramente se construía la caja, con tablones ensamblados y sin cola, como un gran armario con puertas de cerramiento. Después, se instalaba la decoración arquitectónica calada y tallada, que delimitaba las escenas.
Los escultores tallaban individualmente cada figura en bloques de madera, para posteriormente ajustarlas entre sí creando escenas. Sólo entonces los policromadores podían dorar y pintar las diferentes piezas. Finalmente todos los elementos del retablo se clavaban definitivamente y se realizaban los últimos ajustes de color para unificar el conjunto. Como último paso se instalaban las puertas pintadas que permitían cerrar el retablo, realizadas en el taller del pintor.
J.A. Glatigny