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Riello es la capital comercial de La Omaña. Comarca regada por el río Omaña desde su nacimiento hasta la desembocadura en el río Luna. Su cabecera es de altas cumbres, que superan los dos mil metros de altura (Catoute, Tambarón o Nevadín), dejando entre ellas estrechos valles con abundantes abedulares. El tramo medio del Omaña, mucho más poblado y al que pertenece Riello, es de montañas medias, con abundantes robledales y urces, mientras que los bordes de los ríos se llenan de alisos.
Terreno grato a la vista, con poblaciones muy pequeñas, de casas de mampostería de piedra, en las que sobresale frecuentemente la panza semicircular del horno. En Riello destaca el edificio de la iglesia, obra de mampostería del siglo XVII, de una sola nave, con crucero marcado y con espada triangular de dos vanos, a la que se accede por moderna escalera exterior.
La mascarada recorre las pocas calles de la localidad, de trazado sinuoso, aunque el punto neurálgico es la plazoleta de la iglesia, en la que se sitúa la hoguera. Cuando empieza a anochecer, comienza a arder la pira de leña de roble colocada en la plaza de la iglesia. En el entorno de la plaza se recortan sobre las escasas luces las siluetas de seres vestidos de blanco, con máscaras oscuras, que hacen sonar cencerros. Portan en sus manos retorcidas ramas y raíces de urz. Son los Zafarrones. Poco a poco se forma un grupo numeroso junto a una casa cercana, de donde sale una especie de rudo Toro y un Torero de ondulante muleta roja. Todos se acercan al entorno de la hoguera, donde los Zafarrones encienden sus naturales teas, creando fantasmagóricas figuras.
Es la hora de recorrer las calles haciendo sonar sus cencerros, arrojar la fertilizadora ceniza a los viandantes y alterar la paz de alguna casa, mientras emiten gritos guturales y asustan a la escasa gente que hay por las calles; llegan hasta los bares, donde entran con ruido y ulular de sus gargantas. Mientras, el Torero pretende parar al Toro con pases de muleta, para que no intente cornear a las mozas que encuentra. Así van desgranando calle tras calle, con el ruido de los cencerros, el barullo que generan moviendo contenedores o tocando indiscriminadamente las campanas de la iglesia. Si se apaga la tea, se vuelve a encenderla. Al final, todos vuelven a la hoguera que mitiga el frío y a la que se acercan los espectadores. Allí, siguen asustando a todos, mientras el Torero intenta emular los grandes nombres del torero con algunos pases de rodilla. Cuando la hoguera pierde su fulgor, es hora de ir bien al baile del salón, bien a cambiarse de ropa, pues ya terminó la zafarronada. Se hace una gran hoguera en el entorno de la plaza de la iglesia con la doble finalidad de calentarse y de encender las raíces de urces de los Zafarrones.