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Alija del Infantado se halla enclavada en las fértiles tierras del bajo Órbigo, rodeada de amplios cultivos intensivos de maíz, remolacha y forrajes y de amplias choperas y “paleras”. Muy próxima a ella discurre la Cañada Real Leonesa, asentada sobre la Vía de la Plata, de la que queda como hito señero el puente de “La Vizana”, que sirve de límite a la población. Ésta se encuentra enclavada en parte en una de las terrazas naturales del río, que sería la parte más antigua, y otra parte en la llanada inferior. Conforman así los dos Barrios, el de Arriba, presidido por la iglesia de S. Esteban, atribuida a los Templarios, y el de Abajo, en torno a la iglesia románica de S. Verísimo, del siglo XII, pero con drásticas reformas del siglo XVI.
Toda la representación se desarrolla en un escenario magnífico, en la amplísima Plaza del Palacio de la localidad, presidida por Ayuntamiento al fondo, dos de sus laterales ocupados por casas porticadas y en dos esquinas opuestas el Castillo restaurado en buena parte, y la iglesia de San Verísimo. Ocupando buena parte del centro de la plaza se ha construido de forma permanente un poblado prehistórico, con cercado de postes de madera que cobija varias cabañas circulares de paredes de postes de madera y cubierta vegetal, varios postes totémicos, de los que cuelgan cráneos secos de diversos animales y pieles. Todos estos lugares intervienen como lugares de acción. Al terminar la representación, el Ayuntamiento invita a un refresco a todos los asistentes en los soportales del Consistorio.
El escenario está aparentemente desierto; tan sólo en un corral hay dos machos cabríos sesteando. De repente, de una de las cabañas emerge un personaje vestido de blanco y con fajín rojo. Su rostro, de tez oscura, de la que destacan unos ojos y una boca inyectados en sangre, sus cuernos y las pieles animalescas que cubren parte de su rostro y espalda, meten miedo y prueban su carácter no humano. Pronto empieza a emitir gritos guturales y con un mazo comienza a golpear el gong que cuelga de dos postes de madera. Es el Gran Jurru. El sonido metálico pronto atrae al poblado desde todas las esquinas de la plaza a más Jurrus, que amenazan con sus tenazas, y que pronto empiezan a encender hogueras. Han decidido incendiar la ciudad de Alixa.
El humo y los gritos han movilizado a la Mayorazga, que haciendo sonar un cuerno y llamando en todas las casas moviliza a todas las mujeres de Alixa. Doña Cuaresma, ante el desorden imperante en la ciudad, observa desde el campanario de la torre de San Verísimo y decide ayudar a las mujeres en la defensa de Alixa.
Baja desde su atalaya y, dirigiéndose al Ayuntamiento, enarbola el pendón municipal, convirtiéndose en abanderada de la defensa. Para ello, sube a las almenas del Ayuntamiento y lee el pregón de defensa, proponiendo como su adalid al Birria Mayor: “¡Villa de Alixa! He oído vuestros lamentos y vuestro clamoroso llanto y sé que el mal, encarnado en un temeroso Jurru, se ha desatado entre vosotros. Conozco que habéis implorado mi intercesión y ayuda desde el momento que esa malvada bestia acudió para invadir Alixa. Vengo por eso a vosotros acompañada de mi más fiel y valeroso guardián, el Birria Mayor y me comprometo ante vosotros a defender la villa. Leal y noble villa, arrojo sobre vosotros las cenizas ahuyentadoras del espíritu del mal y sabiendo que habéis sido siempre vasallos y servidores de la causa que represento que es el bien, dejo desde ahora organizada la defensa de esta villa, en la confianza de que los Birrias combatirán al Jurru hasta condenarlo a morir en la hoguera”.
Sobre las almenas se asoma ahora una figura gigantesca, también vestida de blanco. Su rostro, algo menos horroroso que el Jurru, no oculta su aspecto animalesco, subrayado por una cornamenta de ciervo, pero sobre su frente campea la cruz. Es el Birria Mayor. Ya sabe hablar, porque enseguida se dirige a los habitantes de Alixa: “Sabido tengo por mi dueña y excelsa señora Doña Cuaresma, cómo una bestia demoníaca y maligna, se ha sublevado contra esta muy noble y leal villa de Alixa, sembrando el terror y realizando todo tipo de desmanes y fechorías.
Sepan, pues, vuesas mercedes y todos los que la presente vieren y entendieren, como yo, el Birria Mayor, en otro tiempo poderosa y maligna bestia y ahora eternamente arrepentido tras cumplir larga condena, me comprometo por entero en cuerpo y alma, al servicio de mi dueña y excelsa señora Doña Cuaresma que me pide que actúe como la poderosa bestia que en otro tiempo fui, pero encarnando ahora el espíritu del bien y presentando batalla al temeroso Jurru, para liberar a esta villa de Alixa y sus moradores de la tremenda oleada de horrores que el Jurru ha desatado sobre vosotros. Y sepan cuantos la presente vieren y entendieren, como yo, Birria Mayor, en nombre de mi dueña y excelsa señora Doña Cuaresma os cito para la gran batalla contra los Jurrus que tendrá lugar esta tarde en la villa de Alixa y os doy la orden de caza y captura del Gran Jurru, al que, si los dioses nos resultan propicios en la batalla, prenderemos y condenaremos a la hoguera eterna.
Así lo firma y manda porque es menester, mi excelsa señora y dueña Doña Cuaresma. Dado en Alixa el día de Carnestolendas”. Baja el Birria Mayor de la muralla acompañado de otros dos Birrias y pronto empieza feroz batalla. Birrias contra Jurrus, trallas frente a tenazas articuladas, el Bien contra el Mal. La batalla es dura e incierta, pues el número de Jurrus sobrepasa al de Birrias. Entonces el Birria Mayor, aprovechándose de la soberbia del Gran Jurru, lo reta en combate personal. Penetran en el palenque de un extremo del poblado los dos. El combate es duro. Al final, el Gran Jurru muerde la arena y el Birria Mayor lo apresa. Los demás Jurrus se entregan también presos. Sobre una hoguera va a morir quemado el Gran Jurru (representado en un muñeco lleno de paja). Alixa ha quedado liberada. Impera la Cuaresma… y el Bien.