Desde el inicio de los tiempos el hombre ha sido capaz de superar todas las dificultades y se ha adentrado en las entrañas de la tierra a la búsqueda de los minerales que ya no podía alcanzar desde el exterior. Para ello ha tenido que romper las rocas, iluminarse, evacuar las aguas y orientarse para alcanzar sus objetivos.
Las primeras herramientas mineras fueron de piedra dura, mediante las cuales conseguían avanzar poco a poco, aprovechando en todo momento cualquier discontinuidad para facilitar el trabajo. Así consiguieron hacer las extracciones de minerales de cobre y cinabrio mediante trabajos subterráneos, que en algunos casos se adentran en el terreno a más de 50 metros de profundidad. Las rocas más duras se rompían mediante el uso alternado de fuego y agua.
Con el desarrollo de la siderurgia, las herramientas de hierro supusieron un importante cambio tecnológico, en el que el Imperio Romano destacó ampliamente. Así fueron trazadas las galerías de Las Médulas, Montealegre o Llamas de Cabrera. Decenas, cientos de metros de galerías se podían perforar en un trabajo penoso pero efectivo, a la luz de las lucernas. Hasta la llegada de los explosivos, que empieza a generalizarse en el siglo XIX, las técnicas de minería subterránea no experimentaron cambios significativos.
A principios del siglo XX, con el desarrollo de las herramientas de perforación por aire comprimido y la invención de la dinamita, la minería subterránea entra en una nueva etapa en la que el esfuerzo humano va quedando ya en un segundo plano. A medida que se agotan las zonas superficiales es necesario alcanzar mayores profundidades y entran en juego los sistemas de bombeo y ventilación, imprescindibles para la integridad de las minas profundas.
En la actualidad se han diseñado y puesto en marcha con éxito sistemas de perforación totalmente automáticos que permiten rápidos avances de galerías y resultan muy seguros para las personas. Los sostenimientos tradicionales de madera o mampostería se sustituyen con éxito por entibaciones metálicas que representan un importante avance en seguridad
Aunque relacionamos la minería a cielo abierto con el empleo actual de grandes máquinas cargadoras y camiones de gran tonelaje, en realidad, la minería a cielo abierto ha sido el inicio de los trabajos de extracción minera desde la Prehistoria. Si no es estrictamente necesario, el minero ha evitado siempre la utilización de minería subterránea, aprovechando todo lo que se encuentra accesible desde la superficie.
En la provincia de León el Imperio Romano dejó grandes huellas de minería a cielo abierto, las más grandes realizadas en la antigüedad, como Las Médulas, hoy Patrimonio de la Humanidad. El volumen de materiales removidos, del orden de varios cientos de millones de metros cúbicos, no fue superado por la humanidad hasta la aplicación de la máquina de vapor, casi veinte siglos más tarde. La minería a cielo abierto es la aplicada también a las extracciones de materiales rocosos en canteras, si bien en León se han empleado generalmente medios muy rudimentarios en estas explotaciones frente a las grandes palas cargadoras y dúmperes utilizados desde los años 80 en la minería a cielo abierto de carbón.
La mayoría de las explotaciones mineras se han desarrollado desde la localización en superficie de indicios suficientes para iniciar una extracción beneficiosa. Sin embargo, una vez que ya están reconocidos y agotados todos los indicios superficiales es necesario utilizar otros métodos para averiguar lo que se encuentra en el subsuelo, bien sean minerales, capas de carbón, agua, etc.
Para ello se utiliza la perforación de sondeos, técnica que nos permite acceder al subsuelo y tomar muestras a diferentes profundidades por un coste razonable y siempre muy inferior al de las labores mineras. Pero, ¿dónde realizar las perforaciones?. Para ello es necesario adquirir un conocimiento geológico del terreno que indique la posibilidad de la existencia de algún recurso minero susceptible de ser aprovechado y económicamente rentable en las condiciones del mercado reinantes. Tras el adecuado estudio geológico puede ser necesario realizar investigaciones geoquímicas y geofísicas sobre las características particulares de la zona seleccionada. Sólo en estas condiciones es conveniente proceder ya al diseño y ejecución de una campaña de sondeos con unos objetivos concretos.
La minería implica el movimiento de miles de toneladas que tienen que ser extraídas y transportadas hasta los centros de tratamiento y de consumo. Desde el transporte en capazos hasta el uso de vagonetas sobre raíles hubo un largo período en el que la minería estuvo basada en el uso de la fuerza humana. La progresiva introducción de maquinaria, así como de las mulas, cambió por completo los rendimientos y las condiciones de trabajo en las minas.
Por su visibilidad, los pozos verticales constituyen un valioso emblema de la actividad minera y representan de algún modo la prosperidad de la empresa que los posee. En el interior de la mina, cuando la fuerza de la gravedad no se ha podido aprovechar, en circunstancias favorables se han utilizado los conocidos como “transportadores blindados”, consistentes en un sistema de chapas y cadenas movidas por un accionamiento neumático o eléctrico que permitía distancias de transporte de varios cientos de metros, así como, posteriormente, lo hicieron las cintas transportadoras.
Un vez en el exterior el ferrocarril y los cables aéreos fueron los sistemas más utilizados hasta el desarrollo de las vías de comunicación por carretera y el empleo de camiones de carga.
El ferrocarril minero por excelencia de la provincia de León es el de Ponferrada-Villablino, construido por la Minero Siderúrgica de Ponferrada en 1918 en un tiempo récord y que permitió dar salida a los carbones de la cuenca de Villablino, a la vez que sirvió también indirectamente para el transporte de los carbones de la de Fabero-Sil. Ha estado en actividad ininterrumpida hasta finales del año 2010.
En 1890 se construyó el ferrocarril La Robla-Valmaseda para comunicar las cuencas palentinas y leonesas con la pujante industria siderúrgica vasca, garantizando así el suministro de carbón a los hornos altos vizcaínos.
Al extraer el mineral, éste viene generalmente acompañado de impurezas que le restan valor y tienen que ser eliminadas, preferentemente en las inmediaciones de los centros de extracción para evitar el incremento de los costes de transporte.
Desde un simple escogido manual o cribado hasta las modernas plantas de flotación, es un procedimiento imprescindible y muy importante en toda actividad minera.
Los primeros lavaderos de carbón propiamente dichos se construyeron a principios del siglo XX en las instalaciones de Vegamediana (Cistierna), propiedad de Hulleras de Sabero y Anexas, donde se clasificaba para su venta y una parte importante de la producción era destinada a la fabricación de carbón de cok (hulla "destilada" a la que se han eliminado la mayoría de elementos volátiles, perjudiciales en los procesos siderúrgicos). Al mismo tiempo se construyeron también en Santa Lucía otras instalaciones de lavado, inmediatas a las líneas del ferrocarril León-Gijón.
Poco a poco, casi todas las minas de carbón dispusieron de instalaciones propias para la clasificación y lavado de sus carbones. Los materiales finos resultantes del proceso de lavado se aglomeraban para su uso en calderas de vapor.
En las minas metálicas también se instalaron algunas plantas de clasificación, la mayoría rudimentarias, ya que la transformación metalúrgica no se realizaba generalmente en los centros de producción, obteniendo solamente un concentrado.
La fiebre del oro mundial que se desarrolló en la segunda mitad del siglo XIX con el descubrimiento de los ricos yacimientos de Australia, California y Alaska, también tuvo su pequeño lugar en los yacimientos de oro de la provincia de León, sin demasiado éxito hasta que en la primera década del siglo XX la Compañía Española de Explotaciones Auríferas analizó positivamente los aluviones del río Sil comprendidos entre las localidades de Toral de Los Vados y Requejo, causa por la que le realizó la instalación de una draga flotante, bautizada con el nombre de "Sil". En el tramo de río que dragó esta máquina llegó a extraer más de 30 kg de oro, aunque las expectativas de los análisis habían sido mayores. Años más tarde hubo otra draga –bautizada como "Hilda"– de una compañía inglesa funcionando varios kilómetros aguas arriba, con idénticos resultados.
La I Guerra Mundial interrumpió todos los trabajos, hasta que en 1925 se instaló una draga de fabricación inglesa frente a la localidad de Santiago del Molinillo que, al no alcanzabar la profundidad suficiente para extraer los niveles más ricos de oro, tuvo unos resultados decepcionantes; y cuando la empresa se disponía a realizar las modificaciones necesarias, una riada la hizo naufragar abandonándose definitivamente el proyecto.
Después de la Guerra Civil española la compañía Explotaciones Auríferas del Órbigo retomó los trabajos de dragado aguas arriba de la antigua draga del río Omañas mediante una instalación flotante rudimentaria que estuvo operativa casi una década.
En la década de los 70 la compañía Río Tinto Minera realizó diversos estudios para dragar la zona comprendida entre las localidades de Destriana, Tabuyo del Monte y Castrocontrigo; pero los resultados desalentaron acometer el proyecto.
A finales de los 80 la sociedad Promotora de Minas de Carbón (PMC) acometió otro nuevo proyecto de dragado en las riberas del río Omañas que, a pesar de los resultados positivos de las prospecciones, no tuvo continuidad por la oposición de los propietarios de los terrenos.
Las ferrerías son pequeñas instalaciones de procesamiento de mineral de hierro para la obtención de este metal cuyo funcionamiento es hidráulico, por lo que se instalaban en las riberas de los ríos, no muy lejos de la existencia de menas de mineral de hierro y abundantes recursos madereros que asegurasen la producción del carbón vegetal utilizado como combustible. Su origen se remonta al siglo X y son una evolución de los antiguos hornos romanos de reducción.
Se tiene noticia de la existencia de diversas ferrerías en la provincia de León según diferentes documentos, la mayoría situadas en el Bierzo-La Cabrera. Destacan las ferrerías construidas por el ingeniero Carlos Lemaur en el entorno de Igueña y San Andrés de Las Puentes, hoy desaparecidas, así como las más conocidas de la Fábrica de Armas de La Somoza, San Pedro de Montes, Pombriego, Llamas de Cabrera y, la gran joya que hoy podemos admirar: Compludo.
La Herrería de Compludo, así llamada porque desde principios del siglo XX perdió su función como Ferrería, es en realidad una "farga catalana" en la que la inyección del aire en el horno de reducción se realiza por el flujo del agua. Conserva todos sus sistemas en funcionamiento, a excepción, únicamente, de los hornos de reducción. El mineral se transportaba desde los yacimientos de La Chana y Castrillo del Monte, así como de otros más pequeños situados en las inmediaciones.
Los Hornos Altos –una evolución de los hornos de reducción– permiten un mayor rendimiento produciendo fundiciones, es decir, hierro con un elevado porcentaje de carbono cuyo uso directo es muy limitado ya que la fundición es generalmente poco flexible y quebradiza. Para convertir la fundición en acero o hierro dulce es preciso someter ésta a un proceso que elimine el exceso de carbono.
En 1845 la Sociedad Palentina-Leonesa de Minas proyectó y construyó dos hornos altos en la localidad de Sabero aprovechando la existencia de abundantes recursos de diferentes minerales de hierro y carbón de hulla, apto para ser convertido en cok. Las deficientes comunicaciones lo hicieron fracasar, cerrando apenas 10 años después de su puesta en funcionamiento.
En las primeras décadas del siglo XX el ingeniero vasco Julio Lazúrtegui propuso la construcción de un importante proyecto siderúrgico aprovechando la conjunción en el Bierzo de grandes yacimientos de hierro y carbón, ahora adecuadamente comunicados por el Ferrocarril del Norte. Lazúrtegui participó en el estudio de diversos yacimientos de hierro y carbón del noroeste de España y sus conocimientos fueron el germen de la emblemática empresa Minero Siderúrgica de Ponferrada (MSP), constructora del ferrocarril Ponferrada-Villablino y propietaria de los importantes yacimientos de hierro del Coto Wagner y la práctica totalidad de los de carbón de la Cuenca de Villablino.
Hornos de pudelado-naves de laminación. A mediados del siglo XIX la transformación de la fundición producida por los hornos altos de Sabero en acero y su conformado en perfiles comerciales (llantas, carriles, redondos, palanquillas, etc.) se realizaba en la "nave de laminación" adyacente a los hornos altos, hoy convertida en el Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León. Este imponente edificio es único en su género en Europa.
La descarburación de la fundición se realizaba en los conocidos como hornos de bola o de pudelado, cuya construcción se hizo siguiendo los últimos avances del momento. Los tochos recibían una preforma en el martillo pilón accionado por vapor, para luego someterse a los cilindros de laminación, donde se les daba la forma definitiva.
La empresa Metalúrgica del Cobre y del Cobalto, que continuó con la explotación en 1920 de la famosa mina "La Profunda", construyó una moderna planta electroquímica en las inmediaciones de Villamanín para obtener directamente cobre y cobalto metálicos de sus minerales. Su prosperidad estuvo unida al cobalto, que se había convertido en estratégico tras los usos bélicos que había adquirido con la Iª Guerra Mundial (aceros especiales y motores eléctricos de los tanques) y escaso en los mercados por el agotamiento de los yacimientos canadienses, hasta que la crisis mundial de 1929 devaluó tanto este metal que ocasionó el abandono de las instalaciones.
Los hornos de calcinación son instalaciones que sirven para efectuar pequeñas transformaciones en los minerales a tratar. Los conocidos como "hornos de fraguado" se utilizaron sistemáticamente en las ferrerías para mejorar las condiciones de las menas que se introducían en el horno de reducción.
Los hornos de cal sirvieron, antes de la invención del cemento portland, para transformar la caliza en cal viva, de amplia utilización en la construcción.
El cok es un producto derivado de la destilación de la hulla bituminosa para eliminar los productos volátiles y mejorar las condiciones de combustión, aumentando además el potencial calorífico, por lo que es el combustible siderúrgico por excelencia. El uso directo de la hulla bituminosa da lugar a la emisión abundante de humos ("tufo") que pueden obstruir las chimeneas y dar lugar a peligrosos incendios. El cok sustituyó paulatinamente al uso del carbón vegetal en la siderugia, producto que ya empezaba a escasear y encarecerse, dando entrada al carbón en la Revolución Industrial.
Los principales hornos de cok que han estado funcionando en la provincia de León fueron los construidos a mediados del siglo XIX en la Ferrería de San Blas de Sabero, y a principios del siglo XX en las instalaciones de Vegamediana (Cistierna), que estuvieron funcionando hasta los años 90. Este cok estaba destinado principalmente a la siderurgia vizcaína. Otras empresas también realizaban la transformación de la hulla en cok, pero a menor escala.
El carbón como combustible de uso doméstico es conocido ya desde la antigüedad, pero su utilización se encontraba localmente restringida por los costes de transporte y la abundancia de leña. El progresivo agotamiento de la disponibilidad de leña en el entorno de algunas ciudades y fábricas, alcanzando elevados precios, abrió entonces nuevos mercados al uso del carbón, que vinieron a su vez acompañados por el desarrollo de la industria siderúrgica a partir del siglo XVII. De este modo se estableció el binomio hierro-carbón, base de la Revolución Industrial.
El carbón se convierte entonces, hasta la llegada de combustibles derivados del petróleo, en el combustible hegemónico tanto para la generación de vapor en barcos, locomotoras y fábricas, como para la fabricación de productos siderúrgicos (hierro, acero y fundición) empleados en maquinaria, construcción de barcos, edificios, etc.
A partir de los años 70, tras la primera gran "crisis del petróleo", se convierte en el principal combustible para la generación eléctrica, y en España se generaliza la construcción de grandes centrales térmicas para aprovechar los recursos energéticos autóctonos de las cuencas carboníferas, paliando así en parte el impacto económico de la subida de los productos petrolíferos.
La instalación de grandes empresas mineras en la provincia de León demandaba una gran cantidad de mano de obra especializada, difícil de encontrar entre una población local habituada a las actividades agroganaderas seculares, por lo que se importó tanto de la vecina Galicia como del sur de España, Portugal y de las colonias recientemente independizadas de Angola y Mozambique, así como de Cabo Verde o Paquistán. Andaluces, extremeños y portugueses se establecieron preferentemente en las cuencas de Fabero-Sil y Bembibre. La población de Cabo Verde en la Cuenca de Villablino y ciudadanos paquistaníes en la Cuenca de Bembibre.
Esto cambió para siempre los entornos sociales de las poblaciones donde se asentaron, con la construcción de viviendas y servicios como economatos, colegios, consultorios médicos, etc. y apellidos que han perdurado hasta la fecha. Nacen así las barriadas obreras, conocidas popularmente como Colominas, que daban cabida a cientos de familias ligadas con la empresa minera según unas condiciones específicas, relacionadas con el puesto de trabajo del empleado minero; hoy queda como recuerdo el Barrio del Perchel en Sabero. La continuidad de la minería en las cuencas carboníferas durante un largo período de tiempo aportó prosperidad a estas zonas y permitió fijar una población importante.
Dentro de la mina los trabajos requieren de una gran especialización para afrontar en condiciones adecuadas las duras condiciones, y como norma general, se establece lo que se conoce como rendimiento por unidad de obra o "destajos". De este modo, a mayor producción mayor salario, pero que en definitiva, establece los incentivos, variables en función de los rendimientos y de los precios de las materias primas, lo que ocasiona una conflictiva relación empresario-obrero.
La actividad minera, tanto a cielo abierto como subterránea, ha dejado importantes huellas en el entorno, configurando lo que se conoce hoy como un paisaje minero, caracterizado por las escombreras y los vaciados mineros –lamentablemente con escasas medidas de restauración–, así como por las instalaciones de lavado y transporte de mineral o los poblados mineros.
Su extensión puede ser a veces muy significativa, ocupando valles enteros que han quedado definitivamente marcados por la minería, como pueden ser Fabero, Villablino, Sabero, etc.
La vida en las barriadas mineras giraba en torno a la mina y las nuevas generaciones crecían con la perspectiva de un puesto en la mina, a pesar de ser un trabajo duro, peligroso y de las enfermedades profesionales como la silicosis, ya que la alternativa era emigrar.
Las cuencas mineras son un ejemplo de convivencia de diferentes culturas y el trabajo en la mina y sus especiales condiciones ha generado siempre un gran compañerismo entre los mineros, que dio lugar a distintos fenómenos de asociación para mejorar sus condiciones de vida, así como para la asistencia a las viudas y huérfanos.
Los precios de las materias minerales vienen marcados por el trinomio oferta-demanda-escasez, que depende de otros muchos factores socio-políticos que han ido provocando que las minas entrasen en funcionamiento o cerrando según su rentabilidad. Sirvan de ello dos ejemplos: el carbón durante la I Guerra Mundial y el wolframio durante la II Guerra Mundial; dos períodos de tiempo en que se abrieron numerosas explotaciones mineras debido al alza de los precios, cerrando la mayoría de ellas cuando los precios cayeron. Del mismo modo, con la revalorización del oro hace unos años, se iniciaron trabajos de prospección para evaluar las posibilidades mineras de algunos yacimientos, hasta que la volatilidad del precio hizo que no prosperase ninguno de los proyectos.
Las instalaciones mineras abandonadas, con sus emblemáticos castilletes, oficinas, vestuarios, servicios médicos, poblados o, incluso, los archivos documentales, ferrocarriles y cables aéreos constituyen un valioso elemento que se integra dentro del paisaje minero y son susceptibles de diversos aprovechamientos turísticos.
En el año 2007 se firmó en Ponferrada la "Carta de El Bierzo sobre el Patrimonio Industrial Minero de España" en la que se recogen diversos aspectos y líneas de actuación sobre este aspecto, pero que no ha derivado una base legislativa, por lo que se están perdiendo irremisiblemente muchos elementos de elevado valor patrimonial.
En la provincia de León hay importantes conjuntos de patrimonio industrial minero como el recién declarado Bien de Interés Cultural (BIC) de Fabero, el propio Valle de Sabero, donde se encuentra en Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León, el castillete del Pozo Ibarra de Pola de Gordón, también BIC, la línea del ferrocarril Ponferrada-Villablino –el popular Ponfeblino–, así como el Museo de la Energía de Ponferrada.
La minería es la principal fuente de materias primas de una sociedad avanzada. A los comienzos de la Revolución Industrial el desarrollo de un país se medía por la cantidad de hierro que producía. Cuando en una zona se establecía una empresa minera, significaba en general un período de oportunidades y prosperidad para sus habitantes. Bien es cierto que la minería no es una actividad renovable y, tras el agotamiento de los yacimientos, se vuelve a los usos tradicionales.
Al margen de la merecida imagen de destrozos y alteraciones que ha producido la actividad minera en las pasadas décadas, en las que no había una adecuada regulación ambiental, hoy cualquier proyecto minero tiene garantizado que se realizará en las condiciones adecuadas para devolver el terreno en las mejores condiciones posibles tras el cese de la actividad.