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La localidad de Abejar se halla recostada en el Sur de un teso que le abriga de los aires norteños. Se la conoce como “La Puerta de Pinares”, por empezar en ella los Pinares de Urbión. Su forma, alargada, es la tradicional en localidades desarrolladas en torno a un camino; en este caso, el Camino de Santiago de Soria o Camino Castellano Aragonés (que ha dejado su huella toponímica en la ermita de Nuestra Señora del Camino y en los restos del Hospital de Peregrinos); posteriormente, como ruta de la Cañada Soriana Occidental y, actualmente, en la carretera N-234, que une Burgos con Soria.
La fiesta se desarrolla por todas las calles y plazas de la localidad, pues la cuestación recorre todas las casas habitadas y establecimientos comerciales. En general, la estructura urbana la forma tres largas calles, paralelas a la carretera y otras varias transversales a las mismas.
Cuestación. Se desarrolla por todas calles y casas habitadas del pueblo.
Muerte y resurrección de La Barrosa. Se realiza en el salón de la localidad.
Baile de los Barroseros con sus madres. También en el salón.
Cena privativa de los mozos. Se hace en una casa particular.
Empieza la cuestación casa por casa de todos los vecinos en torno a las diez de la mañana. No deben dejar de visitar ninguna, pues los vecinos se sentirían marginados de la comunidad y en todas las casas les obsequian con roscos -típicas rosquillas fritas de aceite, harina y huevo- y mistela, aunque no conviene abusar, pues son muchos los domicilios abiertos. Frente a los tradicionales obsequios de hace muchos años -huevos, chorizo, patatas, licores,...-, ahora se les entrega dinero. La cuestación se demora hasta bien entrada la tarde, pues rara es la casa en la que no entran y charlan con sus dueños. No hay una fórmula ritual, sino que es coloquial. Muchos al despedirlos les gritan “¡Aupa Barroseros!”.
El son de los cencerros los lleva de un lugar a otro del pueblo, uno portando la Barrosa y el otro la cesta para la recogida de alimentos y la fusta. Se cambian frecuentemente los papeles, pues el roce de la Barrosa en los hombros pronto hace herida y el recorrido es largo. El sonido es peculiar y viene determinado por el movimiento de brazos y hombros del Barrosero, un movimiento continuo de avance y retroceso, lo que le obliga a caminar de un modo determinado y a un duro esfuerzo físico. Esto hace que la Barrosa tampoco camine horizontal, sino como queriendo acometer, con la testuz baja y la cola elevada, lo que permite ver toda la espalda del Barrosero. La fusta se ha convertido en objeto decorativo. Se ha perdido la fogosidad de épocas pasadas en las que era arma contundente contra los mozos atrevidos y caricia fecundante para las mozas de la localidad. Tampoco la Barrosa acomete ya a las mozas para cogerlas entre sus cuernos.
Terminada la cuestación, alrededor de las cuatro de la tarde, se dirigen a un restaurante de la localidad para comer; suelen acompañarlos algún hermano, amigo o novias, no más de media docena. Terminada la comida, recorren varios bares de la localidad, ahora sí, acompañados de toda la mocedad, tanto masculina como femenina, a la que invitan y con la que bromean, cantan y dejan que se pongan la Barrosa.
Llegadas las 9 de la noche, en el salón de baile ya suena la música, ahora de orquesta, otrora de dulzaina y tamboril. Se empieza a llenar de gente. Media docena de cazadores se apostan a las puertas del salón, todavía con las escopetas enfundadas.
Como en un ritual, perfectamente sincronizado, a las nueve y media de la noche, los Barroseros, acompañados por gran número de jóvenes, penetran en el salón, dan una vuelta entre fuertes aplausos, “zarandeando” bien a la Barrosa y usando la fusta para abrir paso y marcar el círculo, y salen del salón perdiéndose en la oscuridad de la noche hacia un bar. En este recorrido nocturno, la Barrosa puede ser llevada por otros mozos. Las parejas siguen bailando en el salón al son del conjunto musical. Hay mucha gente. Son las diez de la noche. La silueta blanca de la Barrosa se perfila en la puerta, la gente se arrima a las cuatro paredes y vuelve a marcar palmas durante las dos vueltas que dan los Barroseros. La noche se los vuelve a llevar.
Ahora la actividad se desarrolla en el exterior del salón, mientras el baile prosigue en el interior. Unos mozos preparan a unos tres metros de la puerta el “tapial”, lateral de un carro; calculan bien las distancias; otros, echan vino en vasos. Los cazadores desenfundan sus escopetas; comprueban la munición. La música charanguera no quita tensión. Llegan mozos y mozas. Son las diez y media. La Barrosa entra en el salón al son del “Gato montés”. Aumenta el ritmo de las palmadas durante las tres vueltas que dan, jaleados por el público. Salen a la noche. Suenan estampidos de escopeta. Caen muertos en el tapial Barrosa y Barroseros, empapados en sangre -vino-. En un suspiro, seis mozos, al grito de “tres”, los levantan, apoyando el tapial sobre sus hombros, e introducen en el salón al ritmo del pasodoble para dar su última vuelta.
Se abre la “cueva” -puerta aneja al salón-, que se traga a la comitiva fúnebre. Depositado el tapial en el suelo, saltan los Barroseros, abrazándose entre sí y con los demás mozos, cantan, saltan, la emoción hace soltar alguna lágrima. La tradición se ha cumplido. El pueblo, un año más, sigue fiel a sus antepasados. El alguacil ha preparado un cuenco de vino -sangre- del que primero beben los Barroseros, el brindis con la “Sangre de la Barrosa”, al tiempo que mojan sus manos con más vino para rociar sus ya empapadas ropas. El Alcalde, a continuación, ofrece el cuenco al resto de mozos, que beben. Mientras tanto, la Barrosa, inerte y empapada, yace, olvidada, en un rincón.
Es la hora de la gloria y el honor para los Barroseros. Salen ambos abrazados al salón, con el tono vinoso en sus ropas, pero orgullosos, entre el aplauso de sus convecinos. Suena la música y los Barroseros bailan, entre la expectación de todos, con sus respectivas madres. Después, sigue el baile para todo el mundo.
Todos los mozos y las autoridades van a celebrar la “cena comunal”. Que más bien es cena privativa, puesto que es exclusiva de hombres, hasta tal punto que sólo se consumen alimentos que no exigen cocción, pues esto, supuestamente según la tradición, exigiría intervención de manos femeninas, que “contaminaría” el alimento de los mozos. Además, es costumbre que estos alimentos hayan sido obtenidos “de matute” -a hurtadillas- de las propias casas. Y los cubiertos, excepto los cuchillos y navajas, tampoco suelen ser usuales. La alegría, las voces y bromas y los licores alargan la fiesta hasta bien avanzada la noche. Los dos Barroseros han de hacer un brindis y, desde hace algún tiempo, el Alcalde otro.
Hemos recogido uno de los brindis de un Barrosero, del año 1945, quizá el más antiguo que se conserva, dicho por Alejandro Romero Barrio: “Brindis por las autoridades y todo el pueblo en general/ para que Dios nos dé salud, para llegar al año que viene, día del Carnaval,/ se bebe el vino con una taza de plata”.