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Cevico de la Torre se halla enclavada en la cerealista comarca del Cerrato palentino, recostada en la base de un cerro. Tras él, otros dos cerros, “Castillo Grande” y “Cueva Grande”, la protegen de los vientos norteños. Desde lejos destaca ya la enorme silueta de su iglesia y airosa torre, San Martín de Tours, de traza renacentista. Iniciada en 1580 por Martín del Río, será finalizada en 1643 por Sancho de la Riva. El cuarto cuerpo de la torre se construyó en 1782 por Gerónimo Fernández. En 2003 se desplomaron parte de sus bóvedas y coro, siendo restaurada con buen criterio. Cuenta con notable retablo mayor, realizado por Cristóbal Ruiz de Andino y Antonio Villolta, en el s. XVII, presidido por la imagen del titular del templo. Magnífico órgano barroco, obra de Francisco Fernández de Valladolid, en 1790, también de reciente restauración.
Las calles de la localidad cuentan con algunas casas porticadas y casonas nobiliarias, entre las que surge la ermita de Santa Ana, donde la Cofradía del Santísimo Sacramento celebraba cabildo. Es de estilo renacentista al exterior y barroca al interior, con yeserías. En sus proximidades quedan abundantes cuevas naturales, algunas de las cuales fueron utilizadas como viviendas, cabañas cupuliformes de pastor y bodegas.
La procesión discurre por las calles principales de la localidad. Dado que se halla asentada la localidad en la parte baja de un cerro y que en la parte alta está la iglesia, punto de entrada y salida de la procesión, siempre hay que salvar esa pendiente en el recorrido.
Los actos comienzan, de manera informal, en torno a las doce y media de la mañana, con la presencia de los Danzantes en las proximidades de la residencia de la tercera edad, donde entrarán para hacerle una pequeña demostración a las personas allí internadas. A continuación, y sin formar ni danzar, se dirigen a las puertas del Ayuntamiento, para recoger a las autoridades y dirigirse a la iglesia. Lo hacen bailando el “Pasacalles”: un Birria va delante dirigiendo y marcando el ritmo, mientras el otro va al final; abriendo y cerrando la fila de Danzantes, los cuatro mozos de banda. Al llegar ante los noventa y seis escalones que llevan al templo en magnífica subida con barbacanas laterales y superiores, paran y suben andando los primeros tramos, para abordar los últimos danzando en esa especie de ola que mece ambos lados de la barbacana.
Al llegar a la iglesia, esperan en la puerta la entrada de las autoridades, para luego, danzando, por el centro, ocupar los primeros bancos del templo. Empieza la Santa Misa, amenizada por el barroco sonido del órgano. Cuando va a empezar el ofertorio, los Danzantes, por los laterales, llegarán hasta el fondo del templo, cruzándose, y recogerán las ofrendas para llevarlas ahora por el centro hasta el altar mayor. Terminan los oficios religiosos y los Danzantes, bailando lateralmente por el centro, salen al exterior a esperar la salida del Santísimo.
La procesión es precedida por cruz procesional barroca de plata, a la que siguen los Danzantes, los niños de comunión y la custodia bajo palio de ocho varas. Los Danzantes siempre bailan dando pequeños brincos. Las danzas a lo largo del recorrido son “La pelegrina”, que es la que más ejecutan, el “Pasacalles” y una especie de jota, “El Santo”, siempre al ritmo de dos dulzainas y de la caja.
De las ventanas y balcones penden colgaduras alusivas a la festividad y en muchos rincones del recorrido se han montado altares. Al llegar cerca de ellos cambia el ritmo y la disposición de los Danzantes. Los dos Birrias ocupan el frente de cada una de las filas y se producen cruces entre las mismas, rodeando siempre el altar antes de dirigirse hacia el Santísimo, quedando de cara a él. Tienen unos instantes de descanso mientras el Sacerdote, arrodillado, inciensa, dirige breves oraciones y da la bendición con la custodia. El calor es muy fuerte y va haciendo mella en los Danzantes. Hay media docena de altares dispuestos en distintas calles del recorrido. En esos pequeños descansos, aprovechan para beber agua o refrescarse. Les queda la prueba más fuerte: subir danzando y sin paradas los noventa y seis escalones que dan acceso al templo. Y lo hacen con frescura, bandeándose de un lado al otro, como la mies cercana movida por el viento; desde abajo o desde arriba el espectáculo es hermoso. Ni un traspiés, con coordinación, incluso de las más pequeñas danzadoras, sin tregua, subiendo peldaño a peldaño al llegar en esa ondulación al pie de la barbacana.
Así penetran en el templo para llevar al Santísimo al altar mayor. Aquí termina la celebración. La comida a la que invita el Ayuntamiento está bien ganada.