El Cerro de San Vicente, lugar donde se sitúa el origen de la ciudad de Salamanca, constituye un yacimiento arqueológico que acoge una amplia ocupación histórica cuyos restos principales corresponden a los periodos de la primera Edad del Hierro, época medieval y moderna. Su dominio estratégico sobre el valle del Tormes hizo de este altozano un lugar especialmente atractivo para el asentamiento humano desde épocas muy antiguas.
Es durante la primera Edad del Hierro, entre los siglos VII y V a.C., cuando se construye un poblado estable en este lugar, siguiendo pautas similares a las de otros asentamientos que se establecieron en el valle medio del Duero durante el mismo periodo, aunque existen indicios de una ocupación anterior del periodo del Bronce Final (finales del segundo milenio a.C.).
Su emplazamiento no fue casual y obedecía a una serie de factores favorables para el asentamiento humano en esa época. Entre ellos destaca su posición junto a un vado y la amplia vega que describe el río Tormes en este punto, un buen dominio visual del entorno y las posibilidades económicas de la zona que permitieron desarrollar una economía mixta con abundantes bosques de ribera y encinares en su proximidad. Además, se encontraba en el corredor natural geográfico que más tarde será conocido como Vía de la Plata, una ruta de comunicación por la que transitaron distintas corrientes culturales a lo largo de la Historia.
El poblado del Cerro de San Vicente se extiende principalmente por el extremo occidental del teso en una meseta aplanada que se levanta unos 30 metros sobre el río, con una superficie de unas 2 hectáreas. Estaba rodeado por un escarpe rocoso modelado de manera natural por los cursos fluviales que discurrían a su alrededor. Su flanco más accesible fue reforzado por un muro defensivo de traza arqueada que protegía el noreste del caserío a lo largo de unos 90 metros.
El gran espesor sedimentario de los estratos arqueológicos conservados, superior a los dos metros y correspondiente a sucesivas fases de hábitat, nos permite hablar de varios siglos de ocupación en este enclave, que evolucionó hasta los albores de la segunda Edad del Hierro. A partir de este momento (siglo IV a.C.) la mayoría de sus habitantes, ante la falta de espacio en el emplazamiento original por el notable aumento demográfico -a pesar de que el caserío llegó a superar el ámbito delimitado por la muralla- se trasladaron al vecino Teso de las Catedrales y construyeron el renombrado castro de Salmantica, sustrato de la ciudad histórica actual, quedando el emplazamiento original convertido en el barrio adyacente al que posiblemente aluden los textos clásicos con motivo de la expedición militar de Aníbal por estas tierras.
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Tras un abandono de casi doce siglos, el Cerro de San Vicente fue ocupado de nuevo en la Edad Media, en una fase muy temprana de la repoblación de la ciudad, probablemente durante el reinado de Ramiro II, en el siglo X, cuando se fundó un monasterio que fue transferido a la Orden de Cluny por el rey Alfonso VII en 1142. A pesar de llevar una existencia decadente durante la Edad Media, su prior gozaba de ciertas prerrogativas en el gobierno municipal por ser durante varios siglos la institución más señera del sector occidental de la ciudad.
En 1504 el convento fue anexionado a la Orden Benedictina Reformada y su conversión en colegio propició un periodo de esplendor durante los siglos siguientes que se materializó en la realización de grandes obras que harían del Convento de San Vicente uno de los grandes conjuntos arquitectónicos de la ciudad salmantina.
El carácter estratégico del lugar propició la transformación del edificio religioso en un fuerte militar por las tropas napoleónicas en 1809 durante la Guerra de la Independencia, que implicó su remodelación y la construcción de defensas artilleras de tipo abaluartado.
El desarrollo final de la Batalla de Salamanca ocasionó su destrucción y ruina, convirtiéndose en un símbolo de los destrozos sufridos por la ciudad monumental que perdió en esta contienda bélica un tercio de su caserío.
El Cerro de
San Vicente
El poblado protohistórico,
origen de Salamanca
El convento de
San Vicente
El Fuerte de
San Vicente
La supervivencia de las gentes que poblaron el Cerro de San Vicente durante la primera Edad del Hierro se basaba en la explotación agropecuaria de su territorio circundante. De las actividades económicas principales destacaba el cultivo de gramíneas como la cebada y la recogida de frutos arborícolas silvestres, especialmente bellotas, que eran almacenadas en las construcciones anejas a las casas usadas como graneros. Su relevancia dentro de la economía del grupo está atestiguada por la frecuente aparición de molinos de mano y piedras molederas en todos los contextos del poblado. El uso agrícola del suelo cercano al asentamiento sabemos que implicó una notable deforestación de pinos y robles, mientras que las especies fluviales (olmos, sauces y álamos) fueron mantenidas para la explotación de los recursos que ofrecían los bosques de ribera.
Eran ganaderos de ovejas y el hallazgo mayoritario de huesos de adultos habla de su consumo como carne, con independencia del aprovechamiento de otros productos como leche y sus derivados o lana. La abundancia de esta especie podría remitirnos a una práctica trashumante, con desplazamientos estacionales por el territorio en busca de pastos frescos a través de rutas pecuarias naturales como la que dio origen a la Vía de la Plata, a pesar de carecer de pruebas fehacientes al respecto. Tenían también una importante cabaña bovina y porcina y en menor medida equina. Los bóvidos se utilizaban tanto para el aprovechamiento de sus carnes y pieles como para su explotación y uso como animal de tracción y carga, como demuestran la edad adulta de los restos hallados y las frecuentes deformaciones detectadas en los huesos por una carga continuada. Se han constatado también huesos de perros, a veces con huellas de haber sido consumidos. Esta labor ganadera era complementada con la caza de las especies salvajes de la zona (ciervos, conejos, etc.).
El comercio fuera de ámbito del poblado no está documentado, pero se intuyen prácticas de intercambio con el exterior por la presencia de ciertos elementos importados en origen (cerámicas pintadas, fíbulas de doble resorte, objetos de hierro y en las fases finales cerámica a torno), a través del corredor natural posteriormente conocido como Vía de la Plata, que fueron incorporados a la cultura local.
La cultura material de los habitantes refleja las distintas labores artesanas desarrolladas, aparte de constituirse como un factor de identidad cultural. Entre ellas sobresale la alfarería, cuyo testimonio ocupa el puesto más relevante de los elementos del ajuar doméstico por su abundancia. La cerámica se caracteriza por estar elaborada a mano y en ella se distinguen recipientes comunes de almacenamiento y cocina que contrastan por su tosquedad y sencillez con la vajilla fina, con acabados más cuidados y una singular decoración realizada con las técnicas de impresión, incisión y peine. Dentro de este conjunto destaca por su significación cultural la cerámica pintada hallada en el yacimiento, con función decorativa y carácter ritual, que sin duda manifiesta el prestigio social de su poseedor, cuyos vistosos motivos geométricos ayudan a relacionar esta cultura con otras afines de la primera Edad del Hierro europea.
Por su parte, la metalurgia está atestiguada por restos de crisoles de fundición y pequeños objetos de bronce, como leznas, fíbulas, agujas o puntas de flecha. El uso del hierro todavía era muy esporádico y son muy escasos los datos que prueban su empleo.
El resto de las prácticas económicas se reducía a una industria artesana textil (según demuestra la aparición de fusayolas y pesas de telar), y la elaboración de sencillos utensilios de carácter utilitario con materiales de hueso (espátulas, mangos, punzones) y piedra (molinos, pesas, azuelas, alisadores, percutores) u objetos de adorno (cuentas de collar, colgantes).
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Dentro del poblado las construcciones parecen seguir cierto orden que nos permite hablar de un urbanismo incipiente. En el área expuesta se han identificado cuatro viviendas completas y hasta nueve estructuras domésticas auxiliares vinculadas a estas. Todas ellas se distribuyen en dos bandas alineadas en torno a un espacio de tránsito o “calle”, siguiendo un eje en dirección noroeste-sureste de unos 3 metros de anchura observado al menos a lo largo de 20 metros de longitud.
Las casas y sus estructuras auxiliares asociadas (almacenes, despensas, hornos, etc.) se concentran formando conjuntos (unidades domésticas) que cubrían las necesidades básicas y funcionales de las entidades familiares en las que se organizaba el grupo. Teniendo en cuenta la concentración y distribución del caserío observada en las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en distintos puntos del yacimiento, este asentamiento pudo alcanzar una población superior a los 250 individuos.
Uno de los elementos que mejor define al poblado protohistórico del Cerro de San Vicente es su arquitectura de barro y adobe, a pesar de estar asentado en una zona rica en piedra que ha servido de cantera durante siglos. Las casas son en su mayoría son de planta circular, de entre 4 y 7 metros de diámetro, aunque coexisten con otras de planta rectangular, de 4,5 a 6 metros de longitud por 2,5 a 4,2 metros de anchura. En su interior acogen, como elementos más identificativos del mobiliario doméstico, un banco corrido adosado al muro que servía de asiento y cama y un hogar centrado, ligeramente destacado del pavimento, preparado con finas capas de arcilla superpuestas, donde se encendía el fuego que dotaba de luz y calor la vivienda.
La iluminación del interior se complementaba, según los hallazgos arqueológicos, con lámparas que posiblemente utilizaran la grasa animal como fuente de alimentación. Las paredes a menudo aparecen decoradas con motivos ornamentales pintados de carácter geométrico afines al repertorio iconográfico de los pueblos de la primera Edad del Hierro europea.
Según se manifiesta en la estratigrafía del poblado, con el paso del tiempo la arquitectura, dentro de su sencillez, va adquiriendo mayor complejidad con aportaciones como la incorporación de adobes en la base de los suelos interiores y la construcción de vestíbulos en la zona del umbral.
Las estructuras de rango menor, correspondientes a silos, graneros u hornos, están igualmente construidas con adobes, tapial y piedras y presentan unas dimensiones medias de 1 a 2 metros de diámetro.
En conjunto, el material constructivo principal en la arquitectura del poblado es el barro (adobes y tapial), complementado con piedra local (arenisca silícea) o recogida de las inmediaciones (pizarras y cantos rodados).
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El análisis de los datos obtenidos en este yacimiento nos remite a una sociedad básicamente igualitaria y organizada en torno a grupos familiares, dada la homogeneidad de la arquitectura y cultura material del poblado. El notable espesor de sedimentos arqueológicos generado por la superposición de construcciones del mismo periodo prueba su estabilidad durante varios siglos y su éxito en la explotación del territorio circundante.
Hasta el momento se desconocen los ritos funerarios en los poblados de esta cultura, salvo enterramientos infantiles bajo los suelos de las casas, práctica de evidente sentido simbólico y familiar que ha sido documentada en el Cerro de San Vicente con una inhumación perteneciente a un neonato.
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EL YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO DEL CERRO DE SAN VICENTE
CARACTERÍSTICAS DEL POBLADO PROTOHISTÓRICO